Capítulo 5: Hambre

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Estaba tan sorprendida por lo que pasaba que, cuando quise alejarme de él, terminé cayéndome de la cama

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Estaba tan sorprendida por lo que pasaba que, cuando quise alejarme de él, terminé cayéndome de la cama. Creo que nadie me ganaba en cuanto a nivel de torpeza en momentos de impacto.

Visualicé el rostro de Eisherz sobresalir por el lado de la cama que tenía enfrente, mientras yo me sobaba la cabeza.

—Tengo hambre. —masculló, haciendo un puchero.

¿Es en serio? ¿Acaba de hablar en mi idioma, y esa es una de las primeras palabras que dice?

—Te entiendo... —murmuré, poniéndome en pie y acercándome a él con curiosidad— ¿Por qué te entiendo?

—Hambre. —repitió.

—¿Desde cuándo puedes hablar mi idioma?

—Tengo. Hambre. —insistió, remarcando las palabras.

—Joder, ¡Respóndeme! —espeté.

Él se acomodó nuevamente en la cama, con los brazos cruzados bajo su cabeza y la vista fija en el televisor.

—Qué lástima que con el estómago vacío, no funcione. —replicó hacia mí.— Ay que en awaw iak. Se me va...

—¿Necesitas comer para hablar en mi idioma? —bufé— No pienses que te voy a creer esa estupidez.

— Enab akah ab sabbat, arawaham anuk uknollak ani ayirad nab anay amma.

Creo que no miente, lista.

—Oh mierda. —me levanté de la cama— No vuelvas a hablar en tu idioma, por favor.

—Hambre. —insistió, encogiéndose de hombros.

Puse mala cara, antes de bajar a la cocina para cumplir con su pedido. No lo odio, mentiría si dijera algo como eso, pero me estresa demasiado ahora que sé que puede hablar. ¿Acaso siempre ha podido hacerlo y solo estaba jodiendo conmigo?

No me importa. Al menos ahora ya podía responderme todas las preguntas que tenía para él.

—Qué bueno que estás despierta temprano. —habló mi tío Esteban, cuando puse un pie en la cocina y él se encontraba frente al refrigerador abierto.

—Si, claro. ¡Es un milagro! —ironicé con molestia.

¿Le dijiste a nuestro chico de hielo que se quedara en la habitación y que no saliera? No, ¿verdad? Pues estás jodida si tu tío lo ve.

Mierda.

—Te espero en el coche para ir juntos al juzgado. —declaró, yendo a lavarse las manos al fregadero.

—¿Qué?

—En media hora es la lectura del testamento —añadió— No me digas que ya lo olvidaste también.

Qué pesado, por Dios.

—Lo que digas. —caminé hasta el refri. Saqué la caja de leche y los ingredientes necesarios para preparar dos sándwich de jamón, mi favorito.

EisherzWhere stories live. Discover now