[1] Gran inicio

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Oscuridad. 

¿Era acaso la ausencia de luz? ¿O era, acaso, que le arrancaron los ojos? Se pregunta, inmediato a la idea.  

¿Qué probabilidad seguía intacta para ser raptado?  

¿Sería amnesia? 

Pero aunque su sentido de la visión estaba suspendido, no parecía demasiado preocupado por ello, sino por la añoranza de tocarse el rostro, para asegurase de su existencia; su cuerpo adormecido, sin embargo, era extraño a sus deseos. 

Las manos ni siquiera cosquilleaban, las piernas parecían no estar ahí, sentía real la posibilidad de no estar completo, y su respiración le resultó bulliciosa los primeros segundos. 

Siente ligera desesperación, pero el motivo de ella no es otra sino el de no poder rozar su faz y sentirse seguro de que su físico es real. 

Es muy repentino, pero siente nostalgia. 

El tiempo corre, él no lo sabe, pero corre, y pronto su brazos responden, sus manos tiemblan y él olvida que estuvo conmocionado en algún momento. 

Respira y se apoya cuando se siente capaz de moverse decentemente, luego, intenta averiguar si sus piernas no le fallarán al tratar de levantarse. 

De pie, encorvado por la discordia entre él y su cuerpo, gira por reflejo: Trata de hallar algo más allá de la negrura que lo rodea. 

No hallaría nada, nada durante mucho tiempo. 

Camina a lo largo del pasaje sin rumbo alguno porque, tal vez, solo talvez, encontraría algo más adelante de un terreno invariable: Invariable aún a la lejanía casi infinita. 

Súbitamente, el único sonido que escuchaba —sus pasos— troca a susurros voraces y gritos casi inaudibles; esas cosas que percibe están de cabeza, y desaparecen pronto; el ambiente pesa de formas aterradoramente insoportables. 

Su cuerpo se detiene, como si supiera que iban a encontrarlo por moverse y no por verlo; a destrozarlo tan pronto supieran de él; una corriente eléctrica le recorre la espalda con lentitud, buscando hacerlo sufrir con cuidado. 

Él mismo desconoce el lugar del que extrajo el valor suficiente para darse media vuelta. 

Algo susurra el hombre, alzando la voz de a pocos, esperando a que todo fuera una mala perspectiva. 

Era una lástima, porque lo que fuera que pasase, nadie podría enterarse. 

Pasaría las más terribles vivencias y nadie lo sabría, aunque la negrura se llenara de campo, o se mantuviera oscura. 

Pero la probabilidades de que el asunto se tornara hasta ese punto eran, relativamente, bajas. 

¿Verdad? 

¡----!

Un chirrido agudo zarpa de las paredes inexistentes, un temblequeo enfermo retuerce la negrura infinita como a una hoja; él corre en dirección contraria, como si en verdad hubiera tan siquiera un arriba y un abajo. 

No lo sabe, pero sus ojos brillan de la adrenalina, o de las lágrimas. 

Tal grito, oh, tal grito. ¿Por qué debía parecerse tanto al de la mujer que más pudo amar alguna vez? 

Luego no ve, no escucha, pero sabe que la tierra que ha pisado, el terreno que le roza los talones, se desmorona ni bien lo abandona por su carrera. 

Quizá se hundía por el simple hecho de estar a esos centímetros de diferencia más cerca de tal sadismo: Como para asustarlo solamente, disfrutar su terror antes de acabar con la carrera que sabe que va a ganar. 

Y tal vez correr no fue la mejor opción que tomó, porque desde la primera pisada el chirrido se extendía, los susurros se enronquecían, los gritos sollozaban y los galopes destruían. 

Su cuerpo se agota muy de pronto, se queda sin fuerzas como con un golpe de calor, su velocidad disminuye y su mente entra en pánico, antes de impactar con una pared intangible. 

Intenta avanzar, pero sus manos se hunden en ella como en una masa dolorosa y dura, que traga parte de él antes de rechazarlo y echarlo fuera, dejando marcas oscuras en sus palmas y en su dorso.  

El alarido no se contrae ni muestra signo de piedad: Solo se alarga como un grito de victoria. 

Porque él no tiene a dónde ir. 

Y en el segundo en el que parecían rozar sus tobillos y tirar de él... 









¡¡-----!!

Se alza exasperado en el instante en que regresa. 

Su pulmones arden, buscan oxígeno más rápido que cualquiera de sus latidos, que le revientan las venas de las manos y los sienes. 

Los ojos borrosos transforman la humedad del terreno en tela destendida; la negrura trastoca a un cuarto gris y confuso; y el canto impío en respiraciones desesperadas. 

Su cuello gira, como automáticamente, a su derecha, donde el despertador aguarda con cansancio al instante en que sabe no va a ser usado. 

«4:43» se susurra, con los labios resecos y vacilantes a causa del frío. 

—Agh... —se queja, echándose y cayendo tras la cabecera, cubriéndose el rostro con el brazo—. Sábado por la madrugada y una pesadilla. Qué gran inicio de fin de semana, Perú. 


11/05/21

Edición: 𝟷𝟹/𝟶𝟽/𝟸𝟹

C A M B I O S [TodosxPerú]Where stories live. Discover now