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Enjuagando la tela en el cuenco de metal, disipó todo recuerdo violento.  

Y ya que él era tan reacio, os lo muestro yo.  

—Te conviene largarte —dice, con calma distante a la bruma en su mente.  

Pero no es el otro hombre el completo causante de su bruma, y sería pesado para su alma, mente y corazón si alguien se lo dijera. 

—No. —En cuanto lo alcanza, toma su muñeca—. No nos conviene. 

FBI arruga el entrecejo por la herida que se abre nuevamente al verlo a los ojos, al ver a éste, que arranca su mano de la suya. 

—Deja de vivir en el pasado, deberías preocuparte por expiarte de tus demonios. 

—Lo dice alguien que finge haber olvidado algo que no debería. 

Lo último, FBI lo pronuncia más como una queja. 

—No lo he olvidado —con lentitud, pronuncia cada palabra para resaltar su severidad y luego escupe las palabras—, no lo he olvidado y no lo olvidaré, pero ya sé vivir con eso. 

—Mientes de nuevo —FBI espeta. 

Lo conoce bien, pero no del todo. 

—No. —Acerca su rostro al otro, con violencia—. No lo hago. 

FBI jadea, cansado y adolorido por la respuesta. Respira lento, muy lento. 

—Ahora lárgate, o pueden cortarte la lengua. 

—Escucha. —Siendo rápido, FBI interrumpe su camino—. Tienes que escuchar. Yo... 

—Tú no me interesas —interrumpe, bastante harto—, él... Ellos —se aclara a sí mismo, con incredulidad y una expresión más bien adolorida—... se han ido. Y tú dejaste que los olvidaran. Vive con ello, yo viviré con lo mío. 

Él lo rodea, queriendo retirarse. 

—Lo sé, lo sé —FBI aprieta los dientes, entre el desespero y el dolor—. ¿Pero qué sucederá con...? 

Perú, para ese entonces, ya ha retomado sus pisadas y está demasiado lejos para pensar que le ha escuchado. 

Pero sí escuchó. Apretó los puños al salir y jadeó, arrugando las cejas —¿con dolor o con molestia?—. Y FBI lo sabía. 

—No hay lugar para los traidores en mi tierra, aléjate, sé bien cómo asesinar a quien se lo merece. 

Y justo después de decirlo, y aunque Perú quisiera cerrar la puerta con fuerza, no lo hizo porque no podía. 

Exprime con cuidado, salpicando poco, y lo colocó en la frente del muchacho. 

Imbuye en él un poco de su aura dorada y aguanta. 

Intenta alzarse con el cuenco en manos y dirigirse al otro, pero se lo impiden. 

—¿Qué haces aquí? 

Sonaría más como una amenaza de no ser porque respiró con fuerza entre cada palabra y jadeó adolorido al final. 

—Te curo. Y ahora voy a curar a alguien más, así que necesito que me sueltes. 

—¿Por qué? —respira primero, para no interrumpirse a sí mismo después. 

—Porque te estás muriendo. 

Bueno, es bastante obvio. 

—La vida de él también importa, Ucrania. 

Perú quiere que lo suelten, pero el otro aprieta inconscientemente su muñeca. 

C A M B I O S [TodosxPerú]Where stories live. Discover now