[4] Todas las llamadas falsas merecen el ahogo

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—Bien, ya llegamos... —El tono era más bien pesado. 

El regreso a la casa de Perú no había sido, por decirlo de algún modo, pacífica. 

¿Por qué? Primero, los precios subían hipócritamente y Perú no pensaba quedarse de brazos cruzados. 

Segundo, Noruega es un desobediente y compró comida aunque le dijeron que no lo hiciera. Peor aún, emoliente. Y cuando tuvieron que esquivar a una de esas combis asesinas, se les derramó todo encima suyo. 

Tercero, cuando el emoliente cayó gritaron porque estaba más caliente que anciana en bikini y el conductor, por el susto de los gritos, casi embiste a la combi asesina. 

Cuarto, cuando bajaron del auto, sacar el equipaje de la maletera se les hizo imposible, sus manos aún estaban pegajosas, y en sus intentos de sacar la maleta atorada cayeron al piso de trasero. 

Quinto, cuando Perú intentó abrir la puerta de su casa no encontró sus llaves, se la pasó medio año luz buscándolas: Resultó que estaban en el bolsillo superior de su casaca y no en los de sus pantalones.  

Lo bueno era que no había bueno; se trataba de un conjunto perfecto y homogéneo de desgracias tras otras. 

—Bienvenido seas —Perú dijo, educando su voz, para luego regresarla a la verdad que era: Estrés—. Sube, el primer cuarto a la izquierda es el tuyo, hay baño, toma una ducha y cámbiate. Me voy. 

Perú desaparece por uno de los pasillos tras cerrar la puerta, algo encorvado, algo que lo hace ver más pequeño. 

Mirándolo irse, Noruega deja las maletas en el suelo lentamente; provoca un ruido sordo que se confunde con el eco y lo sobresalta de extraña manera. 

Habían pasado más estaciones de las que imaginaba desde la última vez que pisó esa misma madera: Noruega mira las paredes, los cuadros, los muebles; analiza el aroma del ambiente, que se funde con la sinfonía del césped y la tierra. "Ha cambiado", piensa, perdiéndose en el arrullo del trigo que crecía fuera, de los árboles tocándose tímidamente, de las gotas perdidas en caída libre, del pudor de la comida caliente y los niños que cayeron dormidos en ausencia de su padre, mientras reconoce que, aún por encima del cambio, seguía fluyendo el mismo sentimiento reconfortante. 

—Vas a oler a emoliente el resto de tu vida si no te duchas ahora. —Perú, apareciendo mágicamente, nubla su vista con algo suave cae que cubre su cabeza—. Primera advertencia. 

Perú bromea, con una toalla húmeda en la palma que pasa a deslizarse desinteresadamente por la superficie de la chaqueta de Noruega, limpiando superficialmente. 

Noruega baja la mirada, encuentra esos ojos semi-apagados, de un dorado como del emoliente, que apenas y se mueven al mirar su saco, tan estatizados como su dueño, y la promesa que se hizo a sí mismo, tanto tiempo atrás, se reproduce en su cabeza ante esa imagen tan dulce, de los dedos delicados recorriendo su pecho, el rostro canela, los labios rosa coral. 

—Yo digo que no sería mala idea. —Sonríe, porque Perú es un sinvergüenza que no sabe lo que le hace, porque tal vez todo es solo culpa suya, pero se piensa vengar—. Disculpa, ¿cómo alcanzaste mi cabeza? 

Lo golpean. 

—Segunda advertencia. 

 

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C A M B I O S [TodosxPerú]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt