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—Tercera Ley de Newton—

De los trajes oscuros e incoloros tan solo resaltaban las placas con sus nombres; el plateado... tampoco resultaba reconfortante, el mismo color brillaba con rudeza ante la luz cegando y quemando la vista. 
Las palabras afiladas del entrenador tenían como intención empujarlos varios metros bajo tierra. Para su suerte —o mala, también—, la mayoría llevaba experiencia con aquel tipo de discursos. 

 —Perú. —Un tono áspero e irritado salió de entre unos labios resecos del entrenador, cuyo nombre no voy a mencionar—. ¿Es acaso necesario que tenga que llamarte para que estés al frente, soldado? 

—No, señor. —Avanzó igual de irritado al costado del hombre, susurrándole algunas palabras que llegaron a su objetivo—. ¿Es acaso necesario que le recuerde que no soy soldado? ¿O quizá deba recordarle que aquí adentro estamos en igualdad de condiciones?

El hombre apretó y rechinó los dientes, antes de sonreír. 

—Aquí adentro, para tu pena, eres nuevamente un soldado —grotesco, el entrenador respondió—. Y fuera de este lugar, soldado ¿qué te hace creer que tu rango es mayor? 

—No lo creo, niño —se burla Perú—. En cualquier otro caso, quedarías muy por debajo. 

La serenidad en sus cuerpos contraponía en todos los aspectos a aquella conversación que, por lo que se quería dar a saber y las tonalidades, estremecería a cualquiera. Ese par no se parecía en nada, a excepción de que, seguramente, contenían las ganas de golpear a alguien. 

—¡¿Hay algún voluntario?! —el entrenador grita, sin mirar a nadie. 

Era un calentamiento, una demostración: Alguno del par que lucharía debía derribar al rival durante más de 6 segundos y entonces aquel continuaría; luego de la primera lucha, el resto se agruparía en pares al azar para que uno de ellos continúe. El entrenador vería quiénes se encontraban a mayor nivel, y entonces decidiría con qué empezar.

—¿Qué? ¿Tengo cobardes en mi campo? 

La razón no era la cobardía. Perú era el sujeto de prueba ya seleccionado. Y sin importar la posición de descanso o la expresión neutral o indescifrable que mantenía, aquello no le daba crédito suficiente para que alguien quiera ir a partirle el rostro. La razón no era la cobardía, era la pena. 

Se encontraban un par de días en el lugar y ya debían golpearse a muerte entre ellos. Y no podía tornarse más gracioso, puesto en malos términos. 

—¿Y bien? —impetuoso, volvió a hablar. La paciencia, si aquel hombre la poseía, se hallaba agotada hasta la última gota, y recién empezaban—. Tú. Un paso al frente. 

Sus cabellos: verdes; sus ojos: celestes; la piel poseía cuatro colores: verde, blanco y rojo, en el centro, una estrella amarilla. La placa tenía escrita siete letras: Surinam. 

El entrenador salió del lugar marcado, indicó al resto alejarse, y ordenó observar. 

La campana sonó, dando el permiso para comenzar. Tenían, además, seis minutos. 

—Emm... Perú, ¿cierto? —El surinamés, pese a encontrarse en posición para golpearlo, no se movió—. Oye, ¿no piensas hablar? 

Perú entendía lo que quería lograr, pero no era la forma, más o menos. 

—¿El gato te comió la lengua? —No recibió mucho más que una mirada corta y aburrida—. Podemos volver fácil esto: ambos salir de la línea, o que solo salga uno. 

Ni siquiera se movió. De lejos se estaría permitido pensar que parecía no respirar. De lejos, se podría pensar que el nerviosismo en el pelirrojo era palpable. 

C A M B I O S [TodosxPerú]Where stories live. Discover now