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Perú puede ser y ser calificado de muchas cosas, muchísimas. 

Un asesino, un mentiroso, un compasivo, un severo, un endeble o un lábil, un fantasma, un guía, un compañero o una familia. Pero lo último que quiere es ser de alguien, lo último que quiere es ser suyo. 

Y si hay algo que detesta, que aborrece más que a nada, es a un traidor. 

Si entre su gente existe uno habrá de degollarlo. Si a quien guía se vuelve uno habrá de castigarse. Pero, si se convierte en uno, en uno de esos que traiciona con el saber a quien no debe y se lamenta, entonces no lo volverán a ver con el pálpito en el pecho.

Están impacientándolo a propósito. ¿Por qué? ¿Se les hará divertido?

¿Se les hará divertido ver sus castigos? 

No quiere mancharse las manos con sangre limpia. Sin embargo, no encuentra problema alguno en llenarse los puños de sangre asesina e hirviente, como la suya, porque, si un asesino se deshace de otros muchos, ¿no tendría cien años de perdón? 

Él puede equivaler a cuantos asesinos le parezca a la gente. 

Se está ensuciando para que otros no lo hagan. 

El infierno y el paraíso no interesan.

No aguantará que le echen el resto de basura encima, que le reclamen, que sobrepasen el límite; excepto por aquellos a quienes debiera algo, a quienes sienta que debe algo, por ellos se verá obligado a hacer mucho. 

Déjenlos ya. 

No quiere sacar fuego fosco de sus manos. 

El pasillo malsonaba, y en cuanto descubrió que no era por sus pisadas, o los gritos enrabiados del resto de cuartos, se vio a segundos del lado del causante

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El pasillo malsonaba, y en cuanto descubrió que no era por sus pisadas, o los gritos enrabiados del resto de cuartos, se vio a segundos del lado del causante. 

Ucrania sangraba, sangraba de muchos lados; pero, aún peor, Rusia cambiaba de piel. 

Los médicos llegaron tras él y, asegurándose de que el mayor fuera atendido, apresuró su paso hacia el ruso. 

Россия. / Rusia. 

Lo tomó de los dos brazos, lo sentó y lo sacudió, esperando que no cediera. 

ты должен сопротивляться. / Debes resistir —repitió. 

Rusia estaba mareado, fuera de sí, sumamente colérico, a punto de ceder a la violencia; desconocedor por su juventud. Se dejó caer en el suelo, ignorándolo, o no dándose cuenta de quién estaba ahí. 

Su padre pasaba por su mente como el buen recuerdo que era; no obstante, cuando la imagen clara que tenía de él se distorsionaba, enseñando a las URSS ahogando hombres, mujeres y niños con sus propias manos, dudó. 

¿Quién era, entonces, aquel que disparaba con una sonrisa en la cara a su zagal? 

La piel era rojo oro, como la de su padre; no tenía un ojo, como su padre; la oz dorada se veía artificial, brillante, como solo tenía su padre en lo que le quedaba del ojo; pero su padre, tan igual a ese sujeto, no lo haría, porque adoraba al cuidador porcelana con amargura. 

Послушай меня. / Escúchame. 

Su padre y madre frente suyo, otra vez. Sonrientes, lado a lado. 

...Sobre todo vivos. 

Pero que se le acercaran con las sonrisas extendidas atrozmente hasta las cienes y con cuencas oscuras en lugar de ojos, lo desesperaba. 

Sus santos padres, habían... ¿habían muerto naturalmente, en sus camas, volviéndose polvo y ceniza lentamente? 

Su mente le evidenciaba a un hombre dispararle a su padre en el cráneo, y a su cuidadora, inundada en llanto y sangre que la ahogaban, morir dolorosamente con patadas y un último golpe en la cara por la cantonera. 

Habría sido mucho para un niño. Suerte que su mente lo haya engañado así luego de haber crecido; pero seguía siendo muy inmaduro, muy volátil y manipulable, sencillo de encolerizar, hacerle hervir la sangre y explotarle las venas. 

FBI llegó, haciéndose paso. 

Rusia alzó un brazo, brazo precisamente igual al de su padre. Rojo. Solo que de color rojo ardido. 

Su puño casi llega al cuerpo contrario, pero el agente le detuvo la mano, no permitiendo que golpearan a Perú, que no se había movido ni un poco a pesar de haber notado la intención de atacarlo.

—Pебенок! / ¡Niño! 

Rusia alzó la vista inmediatamente, confundiendo el rostro de Perú con otro. Con otro terriblemente borroso, pero de silueta que pudo distinguir. 

Perú lo veía con el ceño fruncido y los dientes apretados. Las cuencas doradas quemaban, porque el residuo que le quedaba no había sido más que neblina, humo y frío.

Entonces, en ese instante, su leve luz, ocultada por las yardas, dolía.

Giró abruptamente la vista y apretó los puños en la ropa de quién se sostenía.

Perú había hecho que lo soltaran, y en cuanto el dolido y gélido ruso lo confundió con un borroso, se paró a medias, con las piernas que regresaban de ser absorbidas, y lo tomó de los brazos.

Rusia apretó su agarre en los brazos de Perú, pero con miedo de romperlo, porque veía en parte a quien menos recordaba, y del otro lado a quien le repetía con insistencia siguiera sus órdenes.

¿Lo dejaba ir o cedía? Se preguntó, porque gritos roncos le persuadían, pero los ojos de enfrente lo sedaban. 

Rusia lo tomó de las mejillas inconscientemente, buscando alguna clase de apoyo, algo claro en el centro de la bruma; entonces, a casi al instante de su pedido, una corriente le recorrió las venas, desde los dedos hasta las sienes, y se sintió clarecer, sintió los escalofríos internos desvanecer y la fiebre bajar, la neblina subía y el polvo caí al fin; pero, encontró los problemas, por que no había salvación alguna sin precio que lo valiera: los ojos quemaban y le congelaban el terror necesario. 

¿Retrocedería, entonces, o se quedaría para contemplar? 

Hay quienes no pueden ser verdaderamente amados, porque están destinados a desvanecerse. Pero eso no importa, porque el final de esto aún no llega, y mi discurso parece el de un Dadá, carente de sentido, que deja la duda con parafraseo cliché y profetiza el dolor y la dicha.  

Rusia dominaba la lucha, Perú lo sabía, pero eso lo extenuaba, le quemaba la piel y no el menor no lo resistiría. Ya lo había impulsado, pero no había sido suficiente —de haberlo sido se habría expuesto, quien se mantenía alerta a su lado lo hubiera retenido y no era lo mejor lidiar con ello ese instante—, se dijo que mejor sería dormirlo, y que el químico humano lo respaldase. 

—Tú. Dame eso. 

Introdujo el metal en el cuello y dejó el líquido fluir. 

Rusia cayó inconsciente, manteniendo un leve agarre en el otro y una mano sosteniéndolo. 

18/07/22


C A M B I O S [TodosxPerú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora