[14] La exigüidad de libertad

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¿El ambiente? Tenso.

¿Todos? Incómodos. 

¿Ellos? Aburridos. 

¿Canadá? Triste. 

Y a toda la conjunción de sus problemas, se les sumaban los dolores de muelas de esa mañana. 

Había sido un golpe certero, hasta cierto punto admirable; pero Canadá no lo vio del mismo modo. El pobre sostenía una bolsa de hielo en su ojo derecho, ocultando el moretón que, por fortuna o no,  no era demasiado notorio. A su costado Australia, uno de sus hermano, realmente no sabía si iba a recibir uno igual solo por actuar; al costado de Australia, Estados Unidos; y, al lado de este, el malvado guardaespaldas que le quitó su asiento junto a la venta. 

Se había fijado, lo había notado. No era complicado. Había notado al norteamericano mirarlo de reojo intentando vanamente que el pelirrojo no llegue a notarlo, y este fingió no haberlo notado, y, hasta donde sabía, el estadounidense no lo había notado.  

El estadounidense lo sabía, en algún lugar lo había visto. 

Canadá mantenía una mirada triste.

Más que nada dolida, por el golpe dado, pero su cara se percibía triste.

—Oye... Canadá —aclaró—, lo lamento, en serio, no vi la hoja. —Soltó severo. 

Lo primero que había visto, en ese entonces, era un tipo que, probablemente, se quería hacer pasar por él y engañar a... los pocos que conocía. Pero igual era algo malo. Su primera reacción: ya la conoces. La presencia de la hoja se había conocido demasiado tarde.

—No te preocupes, fue un malentendido. —Sonrió, comprensivo, para luego voltearse y regresar su mirada de muchacho de ojos tristes; Australia le proporcionó unas palmaditas en la espalda para reconfortarlo.

La culpa estaba empezando a querer invadirlo más de lo que debía, obligándolo a crear en su rostro una mueca. Todo se desvaneció cuando notó que el guardia a su costado se comunicaba con otro de los suyos. El comunicador en sus oídos era evidente.

Continuaría inquiriendo si no fuera por el susurro del escandinavo.

—Te lo dije —El latino detestaba esa frase—. Nadie nos va a vendar los ojos —mencionó con neutralidad, y con el orgullo mal escondido ante su hallazgo.

Instantes después se alzaron unas ventanas negras, cubriendo en su recorrido las ventanas del auto que les permitía observar el exterior, y, automáticamente, unas luces dentro del mismo se prendieron para no dejarlos completamente a ciegas. Su rango de visión era ahora aún más escasa que antes. Aseguraba que el conductor —al que tampoco podía ver por el material oscuro que separaba el espacio del conductor— era el causante, después de la indicación dada por el guardia a su costado. 

—Sí, claro —susurró sarcástico. Su anterior mueca fue transformada por una disgustada. 

Al costado izquierdo del noruego había un guardia. Del mismo lado del canadiense, había un guardia más. Habían otros tres al frente suyo. Estaban rodeados. 

Y fue buen momento para notar el arma camuflada en el traje del guardia más cercano suyo. Reaccionaría sólo si ellos empezaban.

El recorrido sería largo.

[...]

El viaje no se había tornado violento; pero la incomodidad había afectado a todos por igual a excepción del par que se aburría. Las horas se volvieron eternas. 

Supieron entonces que habían llegado a su destino al percibir el pare del movimiento del auto. Los guardaespaldas se adelantaron al bajar, primero bajaron tres, para monitorear cualquier movimiento en falso; luego de ello, les tocó bajar a los Representantes. El pelirrojo aún no tenía la certeza de saber en dónde se encontraban, lo averiguaría después. Observó, también, otros autos llegar, o estar ya estacionados, bajando de ellos los demás países. Algunos eran empujados por los guardaespaldas ya que se negaban a salir, otros jaloneados; y, otros, que se caían solos al bajar, o, que entre ellos se empujaban como estudiantes de secundaria después del viaje escolar.

C A M B I O S [TodosxPerú]Where stories live. Discover now