Capítulo XXIX

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Nos reunimos en el comedor de aquel hotel a esperar a Edgard y el resto del grupo. Axel pensó que era mejor una reunión con malas noticias con el estómago lleno y tuve que coincidir.

El comedor era pequeño, con apenas unas cuantas mesas y la luz entraba por grandes ventanales que ocupaban la pared oeste.

Como el resto del hotel, no tenia grandes detalles de lujos. Ni cuadros al óleo ni candelabros de lágrimas. Una habitación simple y útil.

Por primera vez vi al cocinero y sus ayudantes de cocina. Se apresuraron a ordenar una de las mesas y llenarla con platos a rebosar de comida, como si fuera un festín y no un desayuno.

Me quede mirando al cocinero y fue como si yo fuera la cazadora y el la presa. El hombre, que rondaba en la mitad de su vida con algunas canas aquí y allá, se encogió y se quedó muy quieto.

Lo ví tragar saliva.

— ¿Necesita algo de mí, mi señora?

Capté la atención de Edgar sobre mí, que acaba de entrar. Le había pedido a Shawn que fuera a buscarlos y estaba segura de que Scarlette vendría muy pronto.

— ¿Por qué te escondes de mí? —susurré.

El hombre miró al suelo. Tenia la edad para ser mi padre, me di cuenta.

Pero mi padre jamás miraría al suelo de esa forma. Jamás se inclinaría ante nadie. Vagamente me pregunté que estaría haciendo mi padre ese día. Y deseché la idea de inmediato.

Me obligué a soltar el aire.

—Olvídalo. —dije. —No es necesario que respondas.

No quería oír la respuesta de todas formas cuando era tan clara la razón. Me tenia miedo, incluso cuando estaba con una bolsa de suero conectada a mi cuerpo.

—No tengo el derecho. —musitó el hombre.

Edgard ya había llegado a la mesa, Axel me miraba con abierta curiosidad.

Yo miré al hombre por última vez. Lo había sospechado desde un principio. Ese hombre era de los fanáticos que pensaban que los sigilos eran santos vivientes.

Jensen alimentaba aquello, por supuesto.

Dejaba que ellos creyeran aquello para conseguir su favor y lealtad incondicional. En algunas oportunidades pude ver a otros sigilos tomar objetos y fingir bendecirlos, impregnándolos de su aura para que durara por al menos cien años en aquellas cosas.

Yo no participaría en eso.

Quizás malinterpretó mi expresión, porque el hombre pareció encogerse y se retiró tan rápido como pudo.

Que bien empezar el día aterrorizando a gente mayor.

Miré a Edgard, aún de pie junto a la mesa.

—Hay té y café. —le indiqué, haciendo un gesto hacia la cafetera. —Creo que el té puede ser aceptable para ti. Ahí esta la crema por si lo deseas.

— ¿Qué?

—O sin crema. —añadí. —como gustes.

Y entonces ocurrió algo que jamás imagine. Edgard dejó caer sus manos sobre la mesa y esta tembló. Algunas bebidas se derramaron e inconscientemente extendí mi aura para atraparlas, pero fue como intentar construir una cuerda con hilos delgados. Mi aura estaba casi exigua e intentar ocuparla fue más doloroso de lo que hubiera creído.

Ahora si me fije en la expresión descompuesta de Edgard. El rostro pálido y desencajado, el temblor de sus manos.

—Saltaste. —gruñó. —Solo saltaste de un maldito auto en movimiento.

Redención (Inazuma Eleven-Axel Blaze)Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum