CAPÍTULO 27

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River-Bishop Briggs

Tomo varias carreteras secundarias hasta que me acabo internando por un camino sin asfalto, hay varios baches que hacen que me desestabilice un poco. No puedo imaginarme a Aiden pasando por estos caminos con su preciado coche, pero supongo que cuando tienes tanto dinero, te da igual todo.

Las luces de la moto me ayudan a ver por donde voy, aunque conduzco con indecisión, creo haber memorizado el recorrido de forma correcta. Llevo semanas viendo el recorrido desde la pantalla, memorizando cada carretera, desvío y giro.

El camino sin asfaltar se encuentra flanqueado por espesa vegetación, no creía que tuviésemos tanto bosque en Seattle, supongo que debería salir más a explorar donde vivo.

Pese a la inestabilidad del camino, me doy cuenta de que soy capaz de ejercer la conducción mejor de lo que imaginé. Una vez pasados los nervios iniciales, la moto ha pasado a formar parte de mí, como una prolongación de mis brazos y manos. Acompaño las curvas con el balanceo de mi cuerpo y el frío nocturno me corta las mejillas.

Estamos a mediados de noviembre y el frío cada vez irá a peor.

Comienzo a ver en la lejanía luces que se proyectan en el cielo, sirviéndome de faro. Decido que lo mejor es no alentarlos demasiado de mi llegada. A veces me gusta tener ese efecto sorpresa, aunque si Aiden se molesta en mirar las cámaras de su casa, verá que no estoy durmiendo en su cama.

No sé que puedo encontrarme, aunque tengo mis teorías. Escondo la moto entre los árboles, siendo ocultada en gran parte por el sotobosque. Cuando poso las piernas en el suelo, estas me fallan por un breve momento y necesito utilizar la moto de apoyo. Lanzo unas cuantas respiraciones y entonces decido retomar el camino a pie.

No estoy lejos, las luces se distinguen con claridad y tras caminar a paso ligero durante cinco minutos, escucho algunas voces procedentes de hombres. La verdad es que jamás habría dado con este lugar, no parece un sitio muy transitado. Estoy casi segura que todas las marcas de neumáticos son de Aiden y quien sea que haya a donde me dirijo.

La oscuridad me mantiene oculta y los colores de mi ropa juegan a mi favor. Comienzo a ver lo que parece un pabellón gigante a lo lejos. Es lo suficientemente grande como para que puedan aterrizar al menos tres aviones sin problemas. El pabellón debe de tener al menos tres plantas más y hay algunos focos que apuntan a las puertas y al terreno que lo rodea. Eso hace que en cuanto me acerque lo suficiente, seré vista.

Igualmente vengo aquí a plantar cara, no vengo en modo espía. No es la intención. Quiero que se sepa que estoy aquí, quiero ver la cara de Aiden y las emociones que este reflejen.

Al lado del pabellón hay otro algo más pequeño, aunque aun así sigue siendo descomunalmente grande. Jamás podría haber imaginado que algo como esto se encontrara en mitad de la nada, del bosque. Antes de salir de las sombras, me cercioro de que tengo el arma en su sitio, sintiéndome reconfortada al sentir su peso en mi cintura.

Exhalo una bocanada de aire frío y empiezo a caminar.

—Mentón arriba, paso firme y la lengua afilada, Katherine. —Me digo a misma.

No tardo mucho en llegar al perímetro iluminado por los grandes focos, escucho como hay movimiento en unos barracones que ni me había percatado de que había. El sonido de los seguros de las armas al ser quitados llega a mis oídos, me están apuntando.

—¡Las manos a la cabeza! -Brama alguien.

Tuerzo el rostro y muestro una cara desafiante. No me gusta que me den órdenes.

Pongo las manos a la altura de mis hombros, mostrándolas.

—¡Identifíquese!

Me tomo mi tiempo para responder, con la voz calmada y serena.

El Juego de la ArañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora