EPÍLOGO

29.6K 2.3K 2K
                                    

All saints-The ninetys

Narrado por Aiden

Dos años después...

El aire me corta la cara mientras el helicóptero desciende en la isla, el peso del arma que descansa sobre mi costado me recuerda quien soy. Mantengo los labios apretados en una fina línea mientras veo el suelo cada vez más próximo.

—Volkov, ¿cómo llevas el hecho de que pronto te vayas a poner la correa?

Mis ojos fulminan a mi subordinado al instante. Los más jóvenes son los que menos soporto, se creen que estamos en un campamento constante, donde haremos hogueras y cantaremos canciones de amistad. Culpo a Michael de ello, el imbécil los consiente demasiado, siente demasiada compasión por ellos y los malcría. Lev mira con severidad a Sören o como sea que se llame.

—No creo que sea el momento para estas cosas.

—No, no lo es. —reitero y golpeo su pecho teniéndole un arma. —Espero que estés de este humor para bromear cuando te ponga una amonestación.

Sonrío cargado de superioridad, lanzando una mirada de soslayo a Lev. Por todos es sabido que mi paciencia es un hilo que cada vez está más deshilachado, no es conveniente tentar a la suerte. Llevamos muchísimo tiempo detrás de esto y al menos yo estoy tenso debido a la expectación.

Nikolai lleva tiempo esperando este momento.

—Esto es lo máximo que puedo acercarme a tierra. —anuncia la voz del piloto.

Miro hacia abajo evaluando cuantos metros nos tocará descender con la cuerda. Levanto dos dedos dando la señal de que la hagan descender. Afianzo bien el arma a mi cuerpo, ajustando la correa y me quito los cascos. Agarro la cuerda tirando de ella para comprobar que esta podrá con mi peso y el del resto.

Con las manos firmes en ella doy el primer aventón, me dejo caer unos cuantos palmos y cruzo las piernas alrededor de la cuerda haciendo uso de la fuerza de mi cuerpo para recortar la distancia con el suelo.

Al posar los pies en el suelo, peino la zona con el arma entre las manos, esperando a que el resto me imite. Las botas de cada uno de ellos hacen ruido cuando pisan tierra firme y todo a nuestro alrededor se mueve agresivamente cuando el helicóptero alza el vuelo. Este nos esperará en una zona más favorable, por si nuestro sujeto decide no cooperar y hay que meterla a la fuerza al interior.

—Detrás de mí.

Anuncio mientras nos ponemos en marcha. Avanzamos en una fila recta, observando todo a nuestro alrededor. No tardamos en dar con la entrada principal, Lev se encarga de hacer los honores colocando los explosivos que nos darán vía libre y que también anunciarán de nuestra llegada.

Nos alejamos una distancia prudente antes de que la puerta explote en mil pedazos. Las alarmas rompen el silencio avisando de nuestra llegada, pero a ninguno de nosotros nos importa demasiado. Irrumpimos con pasos firmes, haciendo resonar nuestras pisadas y el peso de nuestras armas por el eco de los pasillos.

El personal comienza a tropezar con nosotros, abriendo sus ojos con asombro y decidiendo que oponerse a nosotros es una completa tontería. Nosotros somos quienes portamos las armas y ellos son simples civiles.

—¿Dónde la tenéis?

Ellos saben perfectamente a quien me refiero. Todos ellos están aquí por una misma persona y un mismo motivo.

Agarro de la ropa al primero que se me cruza y clavo mi mirada en su cara.

—Guíanos.

El chico es joven y su cara refleja el pánico que nos tiene. Es posible que muy pocas veces haya visto a personas como nosotros, los guardaespaldas de pacotilla que tiene por aquí, no cuentan.

De un empujón lo pongo a caminar frente a nosotros, traspilla con sus pies en varias ocasiones y lanza miradas desesperadas a sus compañeros que nos miran abriéndonos el camino como si fuésemos el mismísimo Moises abriendo las aguas. Ninguno se atreve a llevarnos la contraria, muchos de ellos llevan tiempo aquí sin recibir ninguna orden, abandonados a su suerte.

Llegamos hasta una puerta blindada, junto a ella un lector dactilar que activa con su huella. Lo empujo a un lado en cuanto la puerta hace ruido al abrirse. La mano de Lev sujeta mi hombro antes de que me adentre.

—¿Estás bien?

—¿Por qué no iba a estarlo?

—Quizás ella te...

Me paro frente a él, intentando poner mi expresión más tranquila mientras los nudillos se me tornan blancos aferrando el arma.

—Ella ya es pasado, no pasará nada. —le doy la espalda de nuevo, liderando. —Ya sabes que he rehecho mi vida y nada de esto va a alterarme.

No dice nada y no hace falta, sabe que nada que diga hará que deje la misión. Llevo estos dos años rebuscando por cielo, mar y tierra hasta que hemos dado con la ubicación. Las cosas que encontré en el pasado en la mansión Montgomery no consiguieron darme mucho de donde tirar así que las cosas han sido complicadas. Hasta hoy.

Entramos al interior, el cual sorprende a cada uno de nosotros. Esperábamos tal vez paredes acolchadas, esposas, camillas o cosas típicas de un sitio como este, no un acogedor salón. El aspecto es cálido, hogareño e invita a quedarse.

No me detengo mucho a examinar la decoración porque mis ojos se clavan en la espalda esbelta que se haya frente a nosotros. El pelo negro cae en cascada por ella, y vemos los movimientos de sus brazos que parecen sostener una taza de té.

La escena comienza a adquirir cada vez un aspecto más macabro cuando vemos al resto de ocupantes de la mesa. Si es que se le puede llamar así. Los cuerpos de varios maniquíes descansan en posturas poco naturales y en el rostro de cada uno de ellos vemos clavada una fotografía con la cara de personas que la mayoría reconocemos al instante.

El primer pensamiento que cruza mi mente es que esto es una versión retorcida y macabra de la fiesta del té del sombrerero loco de Alicia en el País de las Maravillas.

—Las manos en alto y gírese lentamente. —bramo con tono autoritario.

Obedece mostrándome la prominencia de sus pómulos, el rubor de sus labios carnosos y voluptuosos, la rectitud de su nariz pequeña, los ojos rasgados y decorados con la espesura de sus pestañas y el rostro ovalado enmarcado con la oscuridad de la noche como cabello. Lo que me hace quedarme estático en el sitio y dudar varios segundos es la familiaridad de sus ojos aguamarina.

Sonríe mostrando los dientes blancos en un gesto animal y evocador.

—Hola escorpión, os estaba esperando. —señala las tazas que ocupan la mesa. —Veo que jugar con mi hija te ha tenido retrasado.

Su voz reverbera en el aire, es poderosa y enigmática. En ese momento me pregunto a mí mismo si lo sensato es liberar a esta mujer, pues es como esos animales bonitos y brillantes que nos tientan con tocarlos y que resultan ser terriblemente letales.

FIN DEL PRIMER LIBRO

"Cuando dos personas que se quieren chocan, no se mezclan, se rompen."

—Anatole France. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
El Juego de la ArañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora