CAPÍTULO 40

29.4K 2K 1.4K
                                    

Falling apart-Michael Schulte

Al mirarme al espejo la persona reflejada en él no parezco yo. Los ojos hinchados e irritados, surcos negros bajo los ojos, los hombros encorvados y consumidos, la tela con holgura sobre mi cuerpo. Una semana en completo reposo es demasiado tiempo para regodearme en la miseria, consumirme en la venganza y ahogarme en lágrimas de nostalgia.

—Señorita, el coche le espera abajo.

—Ya voy. —digo volviendo el rostro hacia Martha, el ama de llaves.

Parpadeo en repetidas ocasiones, hasta apartar la neblina que cubre mis ojos. Mi piel parece aún más pálida en este vestido negro. Giro sobre mis talones hasta orillas de la cama donde descansa mi bolso. Lo tomo y mis ojos se apartan un breve momento hasta la nota doblada encima de la mesita de noche.

Cuatro días después de mi despertar, John me tendió un teléfono desechable desde el que recibí una llamada de Vicenzo. Lo primero que me dijo mi instinto era que desconfiara, la mafia italiana estaba de parte de Roy y ellos querían matarme. Me explicó el contenido de la nota.

"66 Carlow Street, Sídney, Australia"

La dirección pertenece a un piso que no aparece en ninguno de los registros de propiedad de la familia D'Angelo. Según él, lo compró a escondidas de su familia para tener un sitio al que escapar cuando las situaciones le sobrepasan, Ahora me lo ofrecía a mí como un lugar en el que esconderme mientras decidía que hacer o bien el mundo se olvidaba de mí. Cosa que creo poco probable.

Dejo de darle vueltas al asunto y salgo de mi habitación sin molestarme siquiera en cerrar la puerta. Ya no hay personas que puedan invadir mi intimidad, ahora estoy sola.

Bajo los escalones de uno en uno, sin prisas por afrontar la realidad. Los vendajes de mi torso se mantienen apretados con fuerza, haciendo que me cueste moverme y respirar con normalidad. Ya es un milagro que pueda salir de la cama con tan poco tiempo desde la operación. Ya no renqueo, pero si me ha quedado una pequeña cicatriz en el gemelo como recordatorio de la explosión.

Uno de los empleados me abre las puertas que conforman la entrada principal y veo de pie junto al vehículo a John, con su típico traje negro. Sonríe sin que le llegue esta a los ojos y espera a que esté a su altura para abrirme la puerta trasera.

—Me alegra verte caminando.

—Y yo me alegro de verte.

Intento sonreír para tranquilizarlo.

Me ayuda a internarme sin golpearme la cabeza y una vez dentro cierra la puerta y ocupa su puesto de conductor. El trayecto hasta la iglesia no será muy largo para mi desgracia. Me gustaría que este fuese eterno, no llegar nunca al último adiós.

Observo el paisaje que muestra mi ventana, como si nunca lo hubiese visto. Intento mantener mi atención en ello, alejarla de otros pensamientos. Mi cabeza se siente al límite cada día, no solo por todas las revelaciones y la pérdida, ahora además soy heredera de todo el patrimonio de la familia. Cada día ante mi cama se han presentado notarios, inversionistas que quieren respuestas, abogados que me hablan de los últimos pleitos ganados por mi padre. La suma de dinero que poseo ahora mismo, me asfixia. Mucho dinero requiere mucha responsabilidad y yo ahora mismo no me siento responsable ni de mi propia salud.

—¿Has pensado en lo que te ofreció el señorito Vicenzo?

—No creo que le contente que lo llames señorito. —digo en un tono neutral, enfocada en mirar por la ventana. —Y la respuesta es sí.

—¿Y que será, Aiden Morozov o Vicenzo D'Angelo?

—Aiden Morozov no existe para mí.

—Vicenzo entonces.

El Juego de la ArañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora