Capítulo 9

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Los primeros diez minutos que pasan, luego de que Massimo se marche, me dedico a atiborrarme de alimentos como mi estómago demanda mientras no dejo de ver cada cinco segundo hacia los ventanales. La ansiedad y la preocupación me llevan a repetir el plato de tocino con tostadas y fruta, dejando de lado el huevo porque lo detesto.

A los quince minutos me dedico a comerme un enorme tazón de cereales con leche mientras espero parada a un lado de los ventanales y veo cómo la tormenta se vuelve más y más violenta al mismo tiempo en que mi ansiedad crece y debo dejar los cereales para pasar a atragantarme con frutas de nuevo.

Pasan treinta y no puedo dejar de pasearme por toda la sala de estar, temiendo que algo pueda haberles pasado a ambos mientras yo tiro de mis pelos y los espero en las comodidades de la cabaña, la cual agradezco que se encuentre bastante elevada de mar, ya que este lentamente comienza a subir.

Cuando pasa una hora, mis uñas se encuentran tan cortas que casi duelen mientras las mordisqueo. Mi corazón late con fuerza y todo en mi grita que salga a buscarlos, que vaya por ellos.

¿En donde están?

Cuando pasa una hora y media y por fin me decido a ir a la habitación en busca de algo que ponerme para ir a buscarlos, logro ver en la lejanía como dos cuerpos musculosos y difíciles de pasar por alto vienen en dirección a la cabaña, permitiéndome respirar tranquila por primera vez desde que Massimo se fue al verlos.

La visión de los hermanos me permite desinflarme, pero poco dura mi alivio cuando veo cómo Massimo trae casi arrastrando a Malakai, quien se sostiene de su hombro mientras se tambalea y la sangre cae a borbotones de su frente, sacándome un jadeo.

Preocupada y con el corazón en la boca, no dudo al salir de la cabaña e ir a su encuentro cuando se encuentran a la mitad del puente, ignorando la lluvia torrencial que me empapa en segundos y la mirada reprendedora de Massimo cuando me acerco a Malakai y le obligo a rodear mis hombros también para ayudarle a cargarlo aunque sea un poco.

—Mi pequeña maldición — sonríe Malakai y habla como si estuviera borracho al tiempo en que se recarga un poco en mi y se acerca para inhalar mi cuello ahora empapado, obligándome a ignorar el estremecimiento que me toma cuando su nariz roza mi piel y su sangre me empapa la camisa que llevo puesta. 

—Malakai, le harás daño — gruñe Massimo y tira de su peso para que no me aplaste mientras los tres caminamos con más prisa hacia la cabaña, dirigiéndonos directamente al baño cuando Malakai se marea y su sangre chorrea un poco más.

—Ella me hace daño  — suspira y cierra los ojos con fuerza cuando Massimo lo adentra en una enorme bañera redonda que se encuentra en la mitad del lujoso baño. Sus palabras me hunde el entrecejo en confusión, pero lo ignoro y le ayudo a ponerlo más cómodo.

Su culo mojado choca contra el mármol y debo tomar su cabeza cuando parece mareado, acariciando sus mejillas para obligarle a concentrarse mientras Massimo maldice y abre la canilla del agua caliente, saliendo del baño luego para ir a no se donde.

La preocupación por la herida que tiene en la frente no me deja pensar en otra cosa y no me doy cuenta que me encuentro a horcajadas sobre sus piernas y dentro de la bañera hasta que el agua caliente comienza a mermar el frío de mi piel que me hacia tiritar a causa de la tela de la camisa empapada por la lluvia.

Las manos de Malakai vuelan a mis caderas y un estremecimiento me obliga a bajar las manos a sus hombros cuando el aroma metálico de su sangre en conjunto con la frialdad de su toque me hacen marear un poco.

—Quédate quiero, Malakai, te curaremos esa herida — intento ignorar todo lo que me hace sentir y la mirada que me dedica cuando comienzo a desabrochar la camisa blanca que cubre su pecho pálido para limpiar la herida que rápidamente mancha el agua de negro — ¿Qué te pasó? — pregunto con nerviosismo y con evidente preocupación mientras él no deja de mirarme.

Morelli [2] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora