Capítulo 16

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Tengo ocho años, mi piel dejó atrás las marcas que no recordaba de donde salieron y que ahora sé que se trataban de las secuelas del accidente y de las torturas de los cazadores. En el recuerdo, luzco una piel pálida que escondo debajo de un oberol y una camiseta rosa pálido.

Mis cortas piernas correteaban por la mansión Maxwell y estaba escondiéndome de los dos niños molestos que no me dejaban en paz y que todo el tiempo me estaban mirando como si fuera un payaso de circo o una mascota.

No me gustaban, pensaba que eran insoportables. Recuerdo estar repitiendo maldiciones infantiles hacia ellos mientras me perdía en los interminables pasillos de la mansión en busca de un lugar en el que pudiera evitar a Vlad y Jack Maxwell. Mis pasos eran apresurados y no fue hasta que choqué con un cuerpo menudo que no me detuve.

Mi culo terminó en el suelo por el impacto y mis ojos se llenaron de lágrimas al sentir la picazón de dolor que se extendió por mis palmas al caer sobre ellas. Sin embargo, no emití ningún sonido y me aguanté el dolor porque no me gustaba parecer débil frente a Valerie que parecía sufrir cuando sus hijos o yo lo hacíamos.

—¡Artie! — jadeó preocupada la ojiazul y la causante de mi caída, acuclillándose con rapidez para tomarme el rostro delicadamente y dedicarme una mirada tan dulce que cualquier rastro de dolor desapareció en un segundo — ¿Estas bien, cielo? ¿Te hice daño? Lo siento tanto, hermosura — se lamentó y yo solo pude sonreírle al ángel que tenía en frente.

Ella era hermosa. Solía pensar aquello cada día y venerarla como mi salvadora, porque eso era lo que Valerie Maxwell era, mi salvadora y la dulce mujer que no soltó nunca mi mano luego de tomármela por primera vez desde que llegué a la mansión.

—Estoy bien — susurré, conteniendo el nudo en la garganta, y ella suspiró aliviada, antes de dejar un beso en mi mejilla y levantarnos a las dos del suelo.

—Estabas escondiéndote de ellos, ¿verdad? — preguntó divertida y yo solo pude asentir, inexplicablemente avergonzada — ¿Quieres que les pida que dejen de molestarte, pajarito? — se ofreció y mi sonrisa creció cuando sus suaves dedos me acariciaron la mejilla.

Mamá nunca hacia eso. Mamá no era amorosa, era fría, pero era una mamá tigresa que siempre defendía a sus cachorros, como solía llamarnos. Su personalidad era todo lo contrario a la de Valerie y eso me gustaba, porque la ojiazul que me miraba con dulzura en ese momento, siempre lograba ahuyentar las pesadillas que me despertaban en la madrugada desde que había llegado a la mansión.

Mamá solo me hubiera mandado a dormir para que deje de despertarla con tonterías débiles, como ella llamaba a las pesadillas. Ella y papá siempre decían que los Karagiani éramos de sangre fría y fuertes como el hierro, pero a mi me gustaba la calidez de Valerie.

—No les digas nada, solo... ¿podríamos ir con tía Abby a cocinar? — pregunté esperanzada y ella sonrió divertida porque sabía que me encantaba pasar tiempo en la cafetería de Lucas, o más específicamente en la cocina.

—Vale. De todas formas aún tenemos que ganar la competencia de quien hace el mejor muffin contra Abby y Trent — me concedió y yo solté un chillido de alegria y entusiasta, antes de abrazarle la cintura cortamente en un acto que llenó de calidez mi pecho cuando sus brazos se aferraron a mis hombros con dulzura.

—Les ganaremos — le prometí y me lo prometí a mi misma porque me gustaba ver el orgullo en los ojos de Valerie cuando hacía algo bien. Luego de apartarme y de dedicarle una sonrisa segura que le llenó de diversión, la ojiazul levantó su mano para que chocara los cinco con ella.

—Claro que lo haremos, pajarito — sonrió enormemente y yo le devolví el gesto con entusiasmo, antes de asentir y girarme con dirección a mi habitación.

Morelli [2] ✔️Where stories live. Discover now