Nieve en el infierno

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Sentado frente a su escritorio, Lysander tecleaba un informe sobre el patrimonio del Ministerio de Magia británico en cuanto a obras de arte del siglo anterior. Él era un apasionado de esos temas, y precisamente por eso había elegido trabajar en el Departamento de Cultura, incluso cuando hubiera podido optar a un trabajo con beneficios mucho mayores. Algunos pensaban que no estaba bien de la cabeza, pero la cuestión es que era feliz. Sin embargo, aquel día escribía distraídamente, con sólo una parte superficial de su mente dedicada a aquel asunto que tanto le había emocionado cuando le encargaron. Y es que sus pensamientos no dejaban de irse a la chica de pelo rojizo y ojos chocolate que ocultaban mil misterios, y que estaba en Hogwarts, muy lejos de su alcance probablemente en todos los sentidos, porque ella ni siquiera había contestado a su carta. Tampoco es como si eso significara que Lysander fuera a desistir, pero deseaba desesperadamente poder ir a Hogwarts y hablar con ella. Y aquello, de momento, estaba fuera de su alcance.

Suspirando con cierta frustración, dejó de escribir sin terminar siquiera la oración, y apoyó sus botas militares en un rincón del escritorio libre de papeles. Levantó la vista y contempló la noche, que ya hacía rato había caído sobre Londres sin que él se diera cuenta.

Eso era lo que más le gustaba de su despacho: que era uno de los pocos que tenían una ventana que verdaderamente daba al exterior, al Londres lleno de vida que se extendía a sus pies. Así, Lysander seguía en el mismo primer despacho que le habían asignado cuando empezó como becario, el cual era minúsculo. Desde entonces, y a pesar de su juventud, había ascendido considerablemente, hasta ser el principal ayudante del director del Departamento de Cultura, pero aún así se negaba en rotundo a ser trasladado: decía que ese pequeño enlace con el "mundo exterior" le relajaba mucho, y de hecho cuando se sentía colapsado solía abrir la ventana y contemplar el bullicio muggle a sus pies, fuera la hora que fuera.

-Así que de relax, ¿no Scamander? -comentó una voz aflautada a sus espaldas.

Lysander giró la cabeza y vio a Andrea White apoyada en el marco de la puerta, con una  sonrisa divertida en sus labios pintados de color rojo mate. Ella era la nueva secretaria del jefe, acababa de graduarse aquel mismo año en Hogwarts, pero provenía de una familia muy influyente, lo cual le había granjeado aquel buen puesto nada más entrar al Ministerio.

-Tomándome un pequeñísimo respiro -respondió él, con otra sonrisa similar.

-Tranquilo hombre, no sé lo voy a decir a Paul -Paul era su jefe, una gran persona pero algo quisquilloso, tal vez debido a su avanzada edad-, que, por cierto, es el motivo por el que estoy aquí.

-¿Es por el informe de lo de las obras de arte? Porque todavía no lo tengo, como la fecha límite no era hasta finales de semana…

Andrea negó con la cabeza y levantó la mano.

-Olvida eso, vas a tener que pasar todos los documentos y lo que lleves hecho a Gregor, él lo terminará.

Lysander enarcó las cejas incrédulo.

-¿Y eso? ¡Pero si a mí me encanta este proyecto! ¿Acaso he hecho algo mal o…?

-Si acaso algo bien -le interrumpió Andrea, enseñándole una carpetita azul-. Ya sabes que en Hogwarts están celebrando el Torneo de los Tres Magos, ¿no?

-¿Hay acaso algún mago que no lo sepa? Además, fui yo mismo quien preparó los historiales del resto de torneos, este verano.

-Sí, bueno. El caso es que dentro de poco va a haber una gala de etiqueta y con toda la parafernalia entre los organizadores para discutir la posibilidad de celebrar futuras ediciones y, por supuesto, para celebrar el éxito que está teniendo esta.

Ojos verdesWhere stories live. Discover now