5 galeones, 7 sickles y 9 knuts

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Estaba previsto que los campeones se dieran a conocer el 31 de octubre por la noche, al final de la fiesta de Halloween, y ese viernes la mayoría de los profesores renunciaron a impartir una clase seria debido al estado de excitación de todos sus alumnos, que no paraban de chismorrear acerca de lo que depararía el torneo y de quienes serían los campeones. Incluso la estricta profesora McGonagall claudicó con sus alumnos.

Todo el día, además, fue un continuo ir y venir hacia el lugar en el que había sido depositado el Cáliz de Fuego, el juez imparcial que decidiría quienes participarían en el Torneo y quienes no.

Madame Maxime, en cualquier caso, condujo a sus alumnos a presentar sus nombres a primera hora de la mañana y luego se encerró con ellos en el enorme carruaje donde muy probablemente les estaría aleccionando sobre como debían actuar tanto si eran elegidos como si no. Olympe Maxime nunca dejaba nada al azar si podía, como bien sabía Elena.

Los alumnos de Durmstrang depositaron sus nombres con igual orden, pero lo hicieron poco después de la hora de la comida y luego se desperdigaron por los jardines y el castillo.

Elena y sus amigos, como todos los alumnos que podían hacerlo, también dejaron sus nombres con la esperanza de ser escogidos, y lo hicieron justo antes de comer.

Si bien no hubo clases en el sentido estricto de la palabra aquel día de Halloween, los profesores insistieron en que sus alumnos al menos estuvieran en clase, aunque no hicieran nada. Así pues, Elena compartió la mayoría de su tiempo con Albus y Dominique, con quienes compartía casi todas las clases, y, ocasionalmente, con Grace, Alice y Rose.

En cualquier caso, la profesora de Arte mágico, quien también impartía arte muggle, era distinta. Elena tenía clase con ella la anteúltima hora del día, y la profesora McFarlane dijo que por su parte podían irse a descansar esa hora, siempre y cuando presentaran un dibujo convincente el próximo día.

Como Elena tenía libre la última hora del día, aprovechó para salir a los jardines. Por el camino se encontró con el profesor Longbottom, que salía de uno de los invernaderos.

-¡Hola Neville! -Saludó amablemente, con una sonrisa.

-Ah, ¡hola Elena! -El despistado hombre se volvió hacia ella amablemente-. ¿Cómo tú por aquí? ¿Tienes la hora libre?

-Más o menos. Tenía Arte Mágico, pero la profesora McFarlane ha dicho que no merecía la pena dar clase hoy, y nos ha dado la hora libre -aclaró Elena-. Como tampoco tengo clase la próxima hora he decidido venir aquí a dibujar un rato.

-Estupendo. ¿Qué vas a dibujar, si puede saberse?

-Pues la verdad es que no lo sé...

-Mm, ¿qué tal se te da dibujar plantas? -Preguntó el profesor, rumiando una idea.

-Pues medianamente bien, ¿por qué lo dice, profesor?

-Pues porque estoy pensando que si no sabes que dibujar podrías ir al invernadero 15. Es muy bonito, como un jardín.

A Elena se le iluminó la mirada con solo pensarlo.

-Oh, ¡me encantaría!

Neville asintió, satisfecho, y condujo a Elena hasta el invernadero número 15, que ella no conocía.

-Bueno, te dejo tranquila. Este invernadero siempre está abierto y a disposición de todos los estudiantes. De hecho, aquí es donde algunos tienen pequeños proyectos, por si alguna vez te interesa probar.

Elena asintió y el profesor de Herbología la dejó sola.

El invernadero 15 en verdad era precioso. Un poco más grande que la media, el invernadero estaba cubierto por un césped muy bien cuidado y perfectamente recortado del cual surgían caminitos de piedra que iban llevando de una zona a otra. Allí había de todo: desde árboles hasta las más pequeñas florecillas, pero todo estaba en su lugar. Junto a las diferentes plantas había cartelitos de madera con nombres de estudiantes, indicando que esas plantas eran proyectos suyos.

Ojos verdesWhere stories live. Discover now