Est-ce que tu m'aimes encore?

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Cuando vio a su hermano volver a la sala común pisando fuerte y con la expresión descompuesta de cuando luchaba por contener las lágrimas, Albus supo que algo iba realmente mal.
Iba a preguntarle qué había ocurrido, pero James ni siquiera le miró y subió las escaleras de dos en dos hasta su habitación. El portazo que dio resonó en toda la torre, y Albus suspiró. Su hermano era muy temperamental a veces, nadie lo sabía mejor que él, pero no actuaba así a la ligera, y en muy pocas ocasiones le había visto perder los papeles de aquella manera.
Cuando salieron de la sala de los menesteres, Elena le había dicho que había quedado con James en el Invernadero 15, y Albus dedujo que algo debía haber ido mal en aquella cita, y que si su hermano mayor estaba así era muy probable que su mejor amiga también lo necesitase. Y como sabía que Jaime y Andrew estaban en su habitación, no lo dudó, y ni siquiera se molestó en abrigarse antes de salir a toda prisa en busca de Elena.

La encontró dentro del invernadero, sentada junto a un arbusto de aspecto extraño, llorando con la cabeza en las manos y escondida entre su pelo. Albus frunció el ceño: resultaba tan obvio, incluso para él, ver que James y Elena se querían… ¿Por qué estaban así, entonces?
El chico negó con la cabeza, diciéndose que tal vez por eso nunca había tenido novia, ya que sencillamente no lograba comprender las relaciones. A su modo de ver las cosas, la gente se complicaba demasiado, viendo complicadas cosas que en realidad eran muy simples. Pero esto tampoco le correspondía juzgarlo a él, así que, como el buen amigo que era, se limitó a sentarse junto a Elena y a rodear sus hombros con un brazo.
-¿Albus? -Preguntó Elena, con la voz rota.
-Sí -dijo él asintiendo-. Vi a James entrar en la Sala Común y supe que algo había ido mal. ¿Qué ha pasado?
-Que soy estúpida, Albus -confesó entre lágrimas-, y encima lo he jodido todo.
Albus apartó un par de mechones rojos de su cara, la abrazó y ella se apoyó en su hombro.
-¿Quieres contarme qué ha pasado? -Preguntó él, acariciando su pelo. Nunca sabía muy bien qué hacer o qué decir en aquellos momentos, así que normalmente se limitaba a escuchar y tratar de reconfortar a la otra persona. Y se sentía estúpido, pero haciendo cualquier otra cosa la sensación hubiera sido aún mayor.
Elena suspiró y asintió. Esperó a serenarse un poco, y después le explicó a su amigo todo lo que había pasado aquella tarde, desde el momento en el que salió del castillo hasta cuando echó a Marie y Claudette con cajas destempladas, con el firme propósito de que aquello no iba a quedar así.
Entonces Albus entendió la actitud de James, porque él hubiera reaccionado igual o peor. Pero había algo que no cuadraba en aquella historia, porque si de verdad hubiera planeado jugar con él, Elena no estaría como estaba en aquellos momentos. Puede que en un principio, ella de verdad pensara así, pero hubiera apostado su cuello a que había cambiado de opinión.
-Y pues eso. Que soy muy idiota -resumió Elena con un suspiro.
-Al menos no se te acaban los sinónimos, ¿eh? -Murmuró Albus, al tiempo que fruncía el ceño  tratando de pensar en algo-. Escucha Elena, no toda la culpa ha sido tuya: en primer lugar Marie y Claudette son estúpidas y James…
-No -lo interrumpió Elena-. Sí que es mi culpa, sí  que lo es. No debí haber pensado siquiera de esa manera, es muy rastrero Albus. Juzgué a tu hermano sin apenas conocerle y fui tan injusta… Todo porque me recordaba a Edmond. Pero James no es así, no…
Albus la estrechó más fuerte.
-Elena, escúchame, ¿quieres?
Pero la pelirroja negó con la cabeza, aún entre lágrimas.
-No. Escúchame tú a mí -pidió, con la voz rota.
Y entonces, por primera vez desde que el año anterior se lo contó a su hermano, habló a Albus de su historia con Edmond.
Desde que tenía seis años, el joven Potter había maldecido a su hermano mayor en incontables ocasiones por no pararse nunca a escuchar, sino actuar guiado por sus primeros impulsos, pero aquella vez lo hizo más que nunca. ¿Cómo se podía ser tan cenutrio?
Albus acarició suavemente las puntas del cabello de Elena.
-Encontraremos la solución Elena -prometió-, Dominique, Rose, tú y yo lo conseguiremos, créeme.
Elena ya iba a negar con la cabeza, pero su mejor amigo no se lo permitió, si no que la ayudó a levantarse y la condujo hasta la Torre Gryffindor.
Al día siguiente ya pensarían algo, de momento ella debía descansar.

Ojos verdesWhere stories live. Discover now