Cuatro

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ESTO OCURRIÓ un martes. Al día siguiente no fui a Castuera.

-¿Qué piensas hacer hoy? -me preguntó mi padre en la mañana.

-No sé- me encogí de hombros-. Leer. ¿Quieres que me entretenga un póco ayudándote en la oficina?

-Por ningún motivo: estás de vacaciones.

Siempre se oponía a estos ofrecimientos, y yo no insistía ya, porque él se avergonzaba de su oficina, y yo era su hijo, y era comprensible que él deseara conversar ante mí aunque fuese un resto de dignidad. No creo que hubiera logrado jamás convenserlo de que no me importaban el escritorio comida de polilla y sin barniz; la silla crujiente, descuadernada; la estrechez dickensiana del local; el desorden de papeles y libros contables, de facturas, de lápices tacañamente afilados hasta el último centímetro.Muchas veces lo imaginé penetrando allí con la dignidad espiritual de un rey en el destierro.Pero ni me atrevería a decírselo ni él se convencería si se lo dijiera, de que era cierto.

Salió. Cogí un libro y lo acompañe hasta la puerta de la bodega. Eran las ocho de la mañana, el aire, frío, se metía en los pulmones con grata fuerza vivificante.

-¿Piensas almorzar en la casa?- me preguntó.

-Sí, por supuesto-contesté, ruborizándome sin saber por qué.-Pasaré a buscarte a las doce.

Nos separamos y yo me encaminé al río. Mi libro era tedioso, o me lo pareció en ese momento, y pronto lo dejé de mano.

Tendido en una piedra, me dediqué a contemplar el agua, los árboles, el grácil ondear de los batros. A cierta distancia, dos muchachas se pusieron a lavar ropa, riendo y haciendo comentarios. No me veían. Yo no sabía nada de ellas, ni de lo que hacían.Era un extraño.

De pronto pensé que yo siempre era, un poco, un extraño: en el colegio, donde no practicaba deportes; entre las chicas, con las que me portaba indefectiblemente desabrido; incluso con mis escasos amigos, de quienes nunca faltaba algo que en algún instante me apartara.

"Un foso-me dije-.Un lienzo.Un anillo".

Traté de reprocharme a mí mismo: Lo hacía por ser original, por ser distinto. Y no. Yo sabía que era cosa de adentro. Ese reproche podrían hacérmelo otros, desde afuera.

Otros que no me conocieran ni comprendieran que ser distinto no equivale necesariamente a ser superior, ni es siempre un halago para la vanidad.

Una de las muchachas rió, cuchichearon, lanzaron unad claras carcajadas. Me habían descubierto y, por algún motivo, se burlaban de mí. No me importó: incluso me resultaban simpáticas. Me levanté, no obstante, y me fui, porque no era capaz de contestarles cualquier cosa, o de ponerme a tono con ellas.

Mi padre me esperaba, paseándose, frente a la fachada de la bodega.

-Acabo de encontrarme con Moràn- anunció-, y los invité a almorzar mañana, con su hija. Le pediré permiso a don Roberto para llegar algo más tarde. Tú los acompañas, después, hasta Castuera en el taxi. Deja a Carlitos hablado desde hoy.

Sonreí.

-No se te ha ido un detalle. Parece que lo has pensado todo.

Se encogió de hombros.

-No he hecho otra cosa que devanarme los sesos desde que nos separamos Morán y yo.No sabes...

-lo que te desagradan estos compromisos-completé.

Me miró, con un gesto divertido.

-Bueno-dijo-,parece que sí sabes.

Gracia y el Forastero(Libro completo)Where stories live. Discover now