Doce

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GRACIA APARECIÓ en mi cuarto a eso de las diez y media de la mañana. Después de saludarme con extraodinaria jovialidad, me preguntó cómo andaba "esa salud". Le dije que estaba mejor, bastante mejor; que estas malas pasadas de mi garganta eran habituales, y no solían ir más allá de ocasionarme un mal rato. Ella no parecía escuchar. Me daba la impresión de que oía y hablaba sin hallarse mucho en ello. Distraída, ida; no sé.
Me besó. En su beso sí la sentí auténtica. Debí apartarla suavemente.
-Cuidado. No quiero que te contagies-le advertí.
-Despreocúpate-rió-. Soy firme. Hija del general.
Se produjo un breve silencio, que ella rompió con el animado relato de su viaje desde Castuera. Hizo varios chistes a la costa del pobre autobús y del conductor, en quien yo apenas había parado mientes en los años que llevaba viéndolo.
Gracia, sin embargo, sabía que su bigote a lo mexicano, de los tatuajes-una serpiente enroscada en un puñal y una bañista con muchas curvas-que lucía en los antebrazos, de su hábito de mover la cabeza de atrás hacia adelante mientras manejaba.
-Cualquiera diría que va inspirado.
Hablaba sin pausas casi, y a ratos puntuaba frases con breves carcajadas. Recorrió mi pieza de un extremo al otro, curosiando.
-¿Me dejas revolverte tus cosas?-pidió.
-Claro.
En realidad, me halagaba la idea de que ella penetrara así en mi mundo particular.
-¡Por Dios! -comentó-. ¡Qué libros tan serios!.
Sonreí.
-Sí -dije-. Es mi debilidad
-¿Cuál?
-Ser serio. Pero es sincera.
-No exageres: te hará mal.
-Ya soy así. No creo que tenga remedio. Mi padre me dice que tomo todo demasiado en serio, y que le gustaría verme más alocado. Alocado.
-Sí
-Dice que soy presa fácil para los grandes sentimientos o los grandes sufrimientos.
-Sí-murmuró, apoyando fugazmente una mano en mi hombro-. La vida puede volvérse terrible a uno, con ese carácter.
-O maravillosa.
-Sí. Nosé. ¿Y qué es esto?.
Había abierto la gaveta de mi escritorio.
-Nada. Un premio que me dieron en el colegio.
Sentí que me ruborizaba.
-Alumno brillante, ¿ah?.
-No-expliqué, con verguenza-: es sólo de conducta. El premio de los pavos.
No era así: era una medalla que gané en la Academia Literaria el año anterior. Pero....
Algo había en Gracia que me ponía intranquilo. No era la misma de los demás días. La conocía desde tan poco, sabía tan poco de ella, que su actitud de ahora me desorientaba.
Mi primer sentimiento-de halago porque miraba mis cosas, porque establecía cierta comunión entre ambos- se transformó en bochorno. En ira, aun. Me sentí desnudo delante suyo, y la sentí extraña. Habría querido detenerla.
Sin alzar la vista, hurgando siempre en la gaveta, aunque con mano trémula, me dijo:
-¿Sabes? Mi papá y yo nos vamos a Santiago.
El corazón se me endureció en el pecho.
-¿Cómo? ¿Cuándo?
-Mañana
-¿Por qué se van?
-Eh.... No sé-replicó.
Su tono era tan liviano, tan como si no habláramos de nada importante.
-Creo que mandaron llamar a mi papá del Ministerio. O de la Comandancia.
Durante unos instantes no pude reaccionar.
-Pero...-articulé
-¿Qué?
-Es... Es co... ¿Y tú?
-Yo me voy con él.
-No, claro... ¿Y?
Gracia sin mirarme. Se había acercado a la ventana ahora, y jugeteaba con la cortina. Observé que le temblaban los dedos.
-Podemos escribirnos-musitó-. Yo te escribiré primero.
Y nos veremos.
Se volvió, me tendió la mano.
-Hasta la vista.
-No
-¿No qué?-dijo, y se echó a llorar-. ¡Amor, amor!-repetía, con la cabeza apoyada en mi cama y estrujándome las manos-. Te quiero, Gabriel. Perdóname. Te quiero.
Yo estaba angustiado. No entendía nada de cuanto pasaba, y el llanto de Gracia era superior a mis fuerzas. Sabía que acabaría también por llorar, sin saber por qué, si esto continuaba. Sin las manos libres, no hallé otra cosa que hacer que apoyar mi cabeza en la suya. La besé en el pelo.
-Tranquilízate, amor
-Sí..
Esperé. Sus sollozos fueron amainando un poco. Sin alzar el rostró, repitió:
-Perdóname.
-Gracia, por Dios, ¿qué puedo perdonarte? Sólo debo agradecerte que...
-No, no.
-¿Qué?
Se encontraba arrodillada junto a mi lecho. Ladeó un tanto la cabeza, de modo que ahora veía yo su cara: sus ojos y sus mejillas bañados en lágrimas. Suspiró. Había algo de niña, de la niña que llora, en su actitud.
-Perdóname, Gabriel. -volvió a decir.
-Si hay algo que perdonarte, dalo por perdonado-articulé, avergonzándome de pronunciar estas palabras.
-Gracias-susurró opacamente.
Comencé a acariciarle el pelo, igual que a una chica. Calma. Calma.
-Todo es mentira-rompió al fin, con visible esfuerzo-. No nos vamos. Yo pretendía impedir que te acercases a Castuera, para no volver a verte, pero te quiero demasiado.
-Tú....No...
- Ayer hablé con mi papá. Le expliqué. Se puso furioso. Se negó a escuchar razones.
-¿Y Max?
-¿Max? Max se portó muy gente, supongo. No habló mientras pudo, y después aseguró que seguía considerándose novio mío. Que "esto" sería cosa de momento: una "crisis comprensible" , que ya se me pasaría. Estuvo...adulto.
Nos trataba como una especie de caso clínico. Me enfurecí tal vez sin razón, porque él.... Le espeté que no se me pasaría, aunque lo tuyo terminara.

Gracia y el Forastero(Libro completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora