Veinticuatro

3.5K 101 6
                                    

FUE UN domingo lluvioso, mas con la lluvia violenta, algo épica, de San Millán, sino con una cortina de agua leve pero penetrante.

Busqué a Gracia al entrar en la iglesia; no había llegado.

Casi al empezar el Evangelio, cuando comenzaba a temer que no sería el lado derecho, o no sería ésta la misa, o -peor- que ella no había conseguido arreglárselas para venir, la vi de reojo arrodillarse junto a mí.

-No me mires-murmuró, apresurada, antes de que me diera cuenta de quién era.

-¿Porqué?

-Ahí detrás está el asistente.

-¡Qué ridiculez!

-Sí

Pausa.

-Te traje una carta

Me la pasó. Iba a rasgar el sobre cuando ella me detuvo:

-No lo abras ahora.

-¿Por qué?

-Después.

Un sacerdote de voz muy potente comenzó a predicar, casi encima de nosotros. Lo hacía con gran entusiasmo, indignado, parece, con los males del mundo. No pudimos hablar mientras él lo hacía. Entretanto, el padre que oficiaba la misa siguió adelante, como si ambos se hubieran puesto de acuerdo para abreviar nuestro encuentro.

-Gabriel...

-¿Sí?

-Es sólo cuestión de esperar.

-¿Estás segura?

-Sí.

-Te quiero. 

Nuestras miradas se cruzaron fugazmente.

-Te quiero-murmuró, también ella.

-¿Qué ha pasado en estos días?

-Lo verás en la carta.

-¿Malo?

-Sí...No. Ya no importa.

Apenas pudimos cambiar unas pocas palabras más, antes del final de la misa. Gracia se despidió durante las últimas oraciones:

-Adiós, amor.

-Hasta pronto.

-Sí.

-¿El domingo?

-Sí. Ten paciencia.

-Te quiero.

-Sí-dijo.

Y se marchó. Alcancé a divisar, brevemente, su abrigo azul, mientras salía.


Gabriel:

Antes que nada, te quiero, te quiero con toda mi alma. Léelo bien, porque no alcanzo a escribirte más. Estoy apurada. 

A punto de salir a misa, mi papá me ha dicho que tengo que ir con el asistente y no podremos hablar casi nada.

Tu hijo está muy bien, puedes sentirte orgulloso. La vida ha sido un poco imposible, pero la esperanza ayuda mucho.

Mi papá está furibundo, tanto que a veces temo que pueda enfermarse. Por momentos me siento flaquear, aunque después pienso que debemos ser firmes, pues nos falta lo menos. Trataré de escribirte en la semana y de mandarte la carta por correo o con la sirvienta; si te la mando con ella, escríbeme tú cuatro letras. Si no, el domingo nos veremos con el favor de Dios.

Gracia y el Forastero(Libro completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora