Catorce

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LLEGUÉ A CASTUERA en uno de los camiones que se dedican al transporte de conchuela. De inmediato me encaminé a la hostería. Al pasar frente al Correo divisé al general, que entraba solo. Apuré el paso, pensando que tendría algo de tiempo y calma para buscar a Gracia.

No estaba en la orilla del mar. Miré a las rocas: tampoco.

Pregunté, entonces, al conserje si habría salido. 

-No, señor. ¿Le aviso a su pieza?

-Por favor,

-¿Su nombre?

-Gabriel Romero.

Hizo chasquear los dedos. 

-Chico.

Se acercó un muchacho que limpiaba unos vidrios. 

-Avisa a la señorita del 205 que don Gabriel Romero la espera aquí abajo.

Aguardé. Empezó a parecerme que transcurría demasiado rato sin que Gracia bajara. Eran mis nervios, sin duda. Busqué algún lugar apartado de la puerta, para que el general no me viera si llegaba entre tanto, mas fue innecesario: ella aparecía en ese instante al pie de la escalera. 

-Gabriel

-Hola

-Hola, amor. Vamos.

Salimos rápidamente. 

-¿Cómo te atreviste a venir hasta ...?

-Vi a tu padre en el Correo.

-¡Me has dado un susto!

Llevaba anteojos ahumados. Le pregunté por qué, con un día sin sol. 

-Por nada-replicó.

Me extraño su respuesta. La noté intranquila.

-Es-agregó al cabo de unos instantes- que me di un golpe anoche, al cerrar la ventana de mi pieza. Me rasguñé un párpado: eso es todo.

-¿Te curaste?

-No, amor. No valía la pena.

-Déjame ver

-Después. ¿Cómo te fue con el padre...., eh...?

-Rafael. Me fue mal.

-¿No quiso?

-No quiso.

-¿Qué razones te dio?

-Muchas. Y muy buenas. ¡Si hubieras visto qué buenas razones!. El, por lo menos, parecía encontrarlas estupendas. Me dijo que también había estado enamorado, una vez, y que ya no. Y que conocía a otra gente que había estado enamorada y que no veía, y que tal vez yo tampoco veía porque hace una semana y no un año que nos conocíamos. Excelentes razones.

-Por favor, Gabriel, todo eso no tiene sentido.

-Lo que él dijo no tenía sentido.

-Pero lo diría en forma más coherente. 

-Un poco más. 

Lo expliqué, con la mayor imparcialidad posible. 

-¿No te ofreció ninguna esperanza?

-Sí, una: me sugirió que tú y yo dejáramos actuar a la mano de Dios. 

-¿Y eso...?

-Eso es, ni más ni menos, lo que vamos a hacer. Vamos a dejar actuar la manos de Dios. Vamos a tener un hijo. Se lo vamos a pedir a Dios, que es quien los envía. Y vamos a casarnos, ante, delante de Dios. Ya lo he pensado-continué entusiasmándome-. Se me ocurrió mientras venía hacia acá, al pasar por la capilla del Alto, esa que está en ruinas. Ahí, los dos delante de Dios, vamos a tomarnos mutuamente como marido y mujer. Si eso vale en una isla desierta, ¿por qué no ha de valernos a nosotros?.

Gracia y el Forastero(Libro completo)Where stories live. Discover now