Veintiséis

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UNA mañana de principios de septiembre, Marta, mi prima, fue a mi cuarto para avisarme que me buscaban, abajo. 

-¿Quién-pregunté-, a esta hora?

Recién terminaba de vestirme, y me disponía a partir al colegio.

-No la conozco-replicó Marta-. Tiene aspecto de empleada. Bajita, pecosa, de...

-¡Nieves!-exclamé.

-¿Sab...?

-Sí-murmuré apresuradamente.

No quería explicar a mi prima de quién se trataba, pero ella no demostró mayor curiosidad. Al salir, de paso, agregó:

-Daba la impresión de tener mucha urgencia en verte.

Me puse la chaqueta y eché a correr escaleras abajo.


Nieves esperaba en la puerta. Tenía los ojos enrojecidos, y se estremecía entera. Era evidente que había estado llorando.

-¿Qué pasa?-inquirí, alarmado. 

Su relato fue confuso. Intentaba, supongo, ir imponiéndome de la noticia poco a poco, mas con esto no conseguía sino aumentar mi inquietud, y a medida que ella daba sus piadosos rodeos, el miedo me cogía más, más fuerte. 

Me habló primero-¡para qué, para qué! , ¡cómo habría deseado obligarla a concretar!-de las discusiones que a diario sostenían Gracia y el general. Se iniciaban, dijo, desde temprano, se interrumpían a ratos y luego se reanudaban, en cualquier momento y con cualquier pretexto, o sin ninguno. Almuerzos y comidas transcurrían en un continuo intercambio de argumentos, cuando no en un silencio cargado de tensión. El general se dejaba llevar a menudo por la ira, aunque a veces también deponía su actitud violenta y autoritaria, para emplear un tono paternal. 

-La señorita me tenía prohibido contarle todo esto, don Gabriel, así es.....

-Sí, sí. Por favor, Nieves, dígame qué ha pasado.

-La discusión de anoche fue la peor. Empezaron como a las dos de la mañana, o más tarde. Habían tenido visitas a comer. Don Max, también. 

El había sido el último en marcharse. El general, con esa curiosa tendencia suya de satisfacer con la sola proximidad física del teniente y Gracia, se mostraba de buen humor. Cuando cayeron en el tema inevitable, se mostró en un principio afectuoso con ella. Suave. Trataba de persuadirla de que lo mejo que podría hacer sería "dejarse de niñerías" y "volver con Carrasco".

-No es que yo quisiera escuchar, don Gabriel.

-No, no. Claro.

-Es que ellos seguían hablando como si no hubiera nadie cuando yo entraba.

Hizo una pausa.

-Después sí que escuché-dijo.

-¿Cuándo?

La discusión se había desatado de nuevo, poco a poco. Se habían repetido las mismas razones, él haciendo hincapié, primero, en el futuro de Gracia, en su bienestar, y ella protestando con suavidad. Luego él habló de la palabra empeñada, del compromiso, de que había que ser recto para todo en la vida, porque una persona sin honor... Y ella, en otro plano, lejos, replicando que casarse sin amor era un falso cumplimiento de la promesa, y que no podía formar su hogar con un hombre como Max, a quien no la ligaba nada.... 

Y él, a su turno, violento ya, impacientándose, gritando que una hija suya, que la decencia....

Yo los veía, tras el relato de Nieves. Imaginaba a Gracia luchando por milésima vez contra a corriente y contra sus nervios deshechos. El padre cada vez más inflexible, duro.

Gracia y el Forastero(Libro completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora