Cinco

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A LAS SEIS de la mañana nos encontrábamos todos en pie, arreglando la casa. Mientras Clara pulía las bandejas de plaqué y los candelabros, mi padre y yo cambiábamos de lugar los muebles, disimulando rincones desdorosos, alguna tabla hundida, un rasgón del empapelado. Parecía que el pobre miraba por primera vez nuestros cuartos escúalidos y sombríos. Y era que por primera vez los veía con ojos ajenos, de afuera. Con los ojos del general.

-Tuve que invitarlos- repetía, entre excusándose y tratando de conformarse-. Había que cumplir. Pero sin hacer los arreglos...

"Los arreglos" era un tema mitológico al que volvía de tiempo en tiempo. El no lo sabía tal vez, mas esos arreglos no se harían jamás. Jamás se resolvería a hacerlos. Era que, aparte de los inconvenientes de orden práctico- falta de dinero, de calma, de orden mental -, había en la casa algo que cuadraba con él, conmigo, con el recuerdo de mamá. Un algo vago, aunque misteriosamente bello y profundo.

- ¡Por Dios esta alfombra! ¡Y ese cojín!.

- Vaya, papá, no te preocupes. Son cosas antiguas. Tienen mucho más valor que unas bagatelas modernas sin gusto a nada. Tienen  personalidad.

Mi padre reía en medio de su azoro.

-Sí, personalidad y polilla.Sobre todo polilla.

Me invadió un sentimiento càlido, de ternura, hacia él.

Eramos, pensé, un par de náufragos ordenando nuestra isla para recibir una inesperada visita.

No quise abrir yo  la puerta.Dejé ir a Clara. Lo primero que oí fue la rotunda voz del general:

- Buenos días. ¿Aquí vive Emilio Romero?

- Sí Señor.... ;sí señor general - contestó Clara, turbada.

Ella no había visto nunca a un general.

- Pasen, por favor-agregó-. El caballero no ha llegado, pero el niño está en el salón.

"Niño" y "salón" eran términos tan inversamente desproporcionados, que me produjeron una mezcla de vergüenza, de rabia, casi de angustia. Además, me irritaban unas eses y unas dees nuevas que aparecieron en el habla de Clara.

- Ah, cómo estás, muchacho.

-Buenas tardes- saludé.

Gracia no me dijo nada. Me tendió la mano en silencio, de una manera especial, pensé; lenta, pero con una lentitud de apenas fracciones de segundo.

- Siéntense - les invité-. Mi padre aparecerá de un momento a otro.

Nos sentamos. Se produjo una pausa algo tirante, que rompió el general:

-Harto muertos estos pueblecitos.

Yo me sentía un poco agresivo. Quería demostrarles, a Gracias y a él - a Gracia sobre todo -, que no era un niño y que no me importaba que esta pieza no fuera un salón.

- ¿Por qué muertos? - objeté -. Sin duda que son tranquilos...

- Con tranquilidad de la tumba. No se ve nadie... La gente pasa encerrada, por lo que parece... Si hay gente. Y se divisan pocos autos, comercio flojo. Nada. Nada que hacer. Ninguna diversión. Nada.

-Eso depende de cada uno. A mí jamás me falta qué hacer: tenemos bonitos paisajes, la playa es agradable, están las ruinas españolas. Y, por último, con un buen libro...

En ese momento llegaba mi padre.

- Tu chiquillo es un pequeño filósofo-comentó el general.

Gracia y el Forastero(Libro completo)Where stories live. Discover now