Siete

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PARTÍ temprano a Castuera. Esta vez no encontré un camión que me llevase. En el Alto del Pinar me topé con el autobús, que venía hacia San Millán, a esperar el tren de la mañana. Había bajado una neblina espesísima, que apenas permitía distinguir los contornos de las cosas más inmediatas. Y los pinos eran fantasmas de pinos, los arbustos eran fantasmas de arbustos, la tierra entera comarca espectral, de purgatorio. El camino, más allá de una decena de pasos, parecía perderse en un abismo.

Abajo, hacia la playa, el mar -invisible- daba la impresión de un mar también fantasma, penando detrás de una cortina gris.

Anduve hacia el sur, igual que siempre. A medida que el día avanzaba, la niebla se tornaba ligeramente menos densa.

Apenas. Mi alma era presa de sentimientos encontrados: la niebla siempre me anima un poco, me refresca, me infunde deseos de reír.

Pero Gracia no estaba conmigo.

Pero yo no me atrevía ir a buscarla.

Sentía como si, al no vernos el día antes, se hubiera perdido todo ese maravilloso, sutil contacto que estableciéramos.

Sentía que éramos de nuevos dos desconocidos -¿qué hacer frente a ella? -, y que ahora el anillo resultaba absurdo, casi ridículo en medio de las rocas. Tal vez Gracia lo hubiera recobrado ayer, luego de esperarme en vano.

Una masa de sombra comenzó a dibujarse en la niebla. Se hacía densa, avanzaba en dirección contraria a la mía. No quería creer que fuera Gracia, por no desilucionarme después. Sin embargo era ella.

-Gracia- exclamé cuando pude distinguirla.

Vestía un traje sencillo, de color celeste, que caía con algo de majestad desde su cintura. Llevaba un pañuelo rojo atado al cuello, y esta combinación de colores, poco usual, confería a su figura un curioso atractivo.

-¿Usted por acá?-dijo

La voz era fría, claro. Me corté. Las mil frases que soñara o soñara despierto la noche anterior se hicieron añicos en mi mente, igual que si fueran otros tontos trozos de vidrio delgado. Un nudo me oprimió la garganta. Pensé que no era yo más que un niño; sólo un niño metido en amores: en cosas de grandes.

-Sí-murmuré.

Y observé que no llevaba el anillo, y deseé besarle la mano en señal de gratitud. Besárla y llorar -sí; era un niño-,y recoger a pedazos mis frases y decírselas, aunque fuese entrecortadamente, aunque no tuvieran mucho sentido.

-Vengo de las rocas-me explicó Gracia-. ¿Recuerda el anillo que perdí allá el otro día? No me resigno a perderlo. Estuve buscándolo.

No supe qué responder.

-Lo siento-agregó ella-, porque mi novio llega esta tarde, y...Bueno. Sería una lástima.

Estábamos ambos parados, un poco artificiales, frente a frente. Y de pronto dejé de sentirme niño y de sentirme indefenso y de sentirme sin recursos, y ataqué con ira animal herido, sin pensar en el sufrimiento propio, sino sólo intentando hacer daño.

-Volvamos -ofrecí-. Yo puedo ayudarle.

-Es muy amable. No me atrevo a...

-No se preocupe.

Marchamos callados hacia La Punta, y yo iba pensando que la amaba, que era absurdo este juego infantil de vanidades. Gracia, Gracia; su nombre palpitaba igual que un latido en mi interior. Y su cabello, de nuevo flameando; y la falda de su traje flameando, siguiendo armoniosamente el ritmo de su paso.

Gracia y el Forastero(Libro completo)Where stories live. Discover now