Diecinueve

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-MAÑANA-anunció Gracia-viene Max.

-¿Por qué viene?

-Tú sabes.

-No. No entiendo. ¿No puedes decirle...?

Puso su mano sobre la mía para que no continuara, pero insistí:

-¿No puedes decirle a tu padre que no quieres verlo?

-Amor, eso sería absurdo.

-¿Cómo va..?

-Es decir: sería inútil

-Dile, entonces...

-No, todavía no. No estamos seguros.

-Aunque no estemos.

-Gabriel, amor, no te impacientes. Es necesario esperar. Esperar, incluso, a que él mismo lo note. Si no-vaciló-.. podría ocurrírsele...

-¿Qué, un aborto?

Asintió.

-¿Lo crees capaz?

-No por maldad, Gabriel. Entiéndelo un poco. El mira las cosas desde otro punto de vista.

Yo no quería entender. Estaba irritado. Una suerte de ceguera se había apoderado de mí. Veía, en la penumbra del cuarto, los rasgos suaves de Gracia, iluminados apenas por las llamas del fuego que ardía en la chimenea. Ella, agotadas sus razones, me besó. Sus dedos empezaron a deslizarse fina, finamente, por entre mi pelo. Tornó a besarme. Poco a poco fui ablandándome, comprendiendo-o no necesitando comprender-, y la magia volvió a descender sobre nosotros. 

Le dije que había contado lo nuestro a mi padre. 

-¿Y qué opina?

-Está con nosotros, desde luego. Pero tiene miedo. Es más...

-Gabriel, yo también tengo miedo.

-Amor, no, amor. No tengas miedo. Por favor, no tengas miedo.

-¿Tú no tienes?

-No-mentí-. Nada.

Permanecimos un rato en silencio. Son tan bellos, tan irreemplazables los silencios, cuando constituyen un puente, y no un abismo o una zanja. El fuego de la chimenea había languidecido un tanto, y un vago, difuso destello amarillento danzaba sobre las piedras del muro y sobre el cuerpo de Gracia. 

-Esto es perfecto-murmuré.

-Sí

-Que sea posible tanta intimidad..Que cada cosa pequeña o trivial pueda tener ese..no sé...Que haya esta comunión entre nosotros. Que la palabra nosotros sea absurda, casi, porque el plural es absurdo. Habría que inventar un nosotros casi especial para nosotros. Un nosotros en singular....

Gracia sonrió

-Hablas mucho-dijo-. ¿No te gustaría quedarnos callados, pensando o sintiendo, no más, todo eso?

-Sí

Pausa. En verdad era hermoso el silencio. Sin embargo, algo de disconforme se agitaba dentro de mí.

-Hemos tenido tan poco tiempo.

-Es cierto-repitió Gracia-: hemos tenido muy poco tiempo.

Pero no volvimos a hablar, y nos dormimos así, abrazados, uno.


Nos despertó la lluvia, a medianoche. Llovía a cántaros.

Gracia se inquietó.

Gracia y el Forastero(Libro completo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora