Caprichos

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Anthony ordenaba algunos de los estantes de su departamento. Acostumbrarse a su nuevo ritmo de vida no habría sido tan problemático si no hubiera tenido que compartir su hogar con alguien. Retrocedió y miró de reojo a Alastor, quién estaba sentado en la semana y sonreía escuchando un programa de radio desde la reliquia de su mamá.

Era hora de volver a tratar el asunto. Se acercó con nuevas y vibrantes energías hacia él y comenzó a hablar.

—¡Bueno! ¡Con respecto al chico que me gusta, yo...!

—¿En serio desperdiciarás tu alma por un tonto?

El ciervo también lo miró de costado con una sonrisa tiesa y arqueando una ceja con gran decepción y desprecio. Anthony era un humano corriente, pero personas como él deberían ser conscientes de lo idiota que sería regalar su alma por un motivo romántico.

El rubio no tardó en sentirse ofendido. Frunció el ceño y gruñó hacia su nuevo compañero de cuarto.

—¡No es un tonto! Es alguien... muy genial.

No tardaron mucho en dejar el departamento. Anthony decidió mostrarle de primera mano a lo que se refería, obligó a Alastor esconderse en el interior de la radio y lo llevó en su bolso para luego refugiarse en una esquina cercana a una cafetería.

A simple vista, lo encontraron. Unas largas vidrieras hacían que todos los clientes se pudieran apreciar desde afuera de la cafetería. Y... Bingo. El hombre maduro se cabellos negros y mirada seria revisaba su celular mientras bebía una taza de café. Se veía muy apuesto y concentrado, al mismo tiempo que corregía unos papeles con un bolígrafo rojo y marcaba muchos detalles en esas hojas.

—Es un profesor —Alastor llegó a ese veredicto, Anthony se sonrojó un poco al verlo a lo lejos y le asintió muy tímido.

—Si, bueno... —a pesar de que la radio estaba escondida y solo una pequeña sombra que representaba a Alastor podía observar al curioso enamorado del rubio, este la tomó firme entre sus manos y dijo su objetivo en voz un poco más alta— ¡Ayúdame a conquistarlo! —la pequeña sombra volvió al interior de la radio y Anthony solo la frotó con nerviosismo—. Ese no es mi deseo. Te lo pido como... amigo.

—¿Amigo? ¿Qué estás diciendo, humano? ¿Otra vez con esas ridiculeces? —la voz radiofónica surgió del aparato, oyendose indignada y sin paciencia.

Pero el rubio se cruzó de brazos y entrecerró sus ojos demasiado indignado por lo desagradecido que era Alastor desde que vivían juntos. Le había permitido muchas cosas porque era un demonio del infierno, pero hasta él tenía límites.

—Vives en mi casa gratis. Te doy todo el café que quieres y no ayudas en las tareas del hogar —enumeró cada cosa con los dedos de una de sus manos— Además, juegas muchísimo con la radio de mi mamá, hasta haces karaoke con las canciones en la madrugada.

Se quedaron en silencio a casi media calle. La voz de Alastor surgió algo avergonzada y cohibida por haber sido descubierto haciendo cosas tan tontas.

—Ah... Lo notaste.

—Si.

Oh, al parecer, los demonios del inframundo también podían avergonzarse. En fin, Alastor estaba accediendo de mala gana a ayudarlo solo porque, de cierta manera, le permitía vivir en su hogar hasta que se decidiera con el deseo definitivo. No volvió a negarse, quiso cumplir con esa petición extraña de su humano.

—Lo mínimo que puedes hacer es ayudarme con el chico que me gusta. Y gratis —sentenció el rubio, tomando las riedas—. Pediré el deseo más adelante.

Dancing with the Devil ⋆ RadioDust ⋆Where stories live. Discover now