Eres lo único que quiero ver cuando despierte.

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La mañana es la promesa de los hombres, esperanza que tinta los bordes de sus corazones y es visible cuando abren los ojos, encontrándose de vuelta en el plano terrenal. Así como el aroma a sol que impregnaba la habitación, (Nombre) vislumbró los tenues rayos dorados que se colaron a través de las cortinas y alumbraban suavemente el espacio, bañando con una rica tonalidad viva el cuerpo que descansaba a su lado, y no pudo evitar el suspiro lleno de dicha que escurrió de sus labios carnosos al apreciar la idílica simetría de las facciones masculinas.

Erwin era como una estatua de mármol, de esas que en algún momento de la historia Bernini había tallado con maestría y esfuerzo. No era para menos, pues, al contemplar sus largas pestañas, cejas prominentes, nariz aguileña, mandíbula afilada y unos labiales color salmón, un manojo de mariposas revoloteaba en su estómago sin control. Se sentía maravillada, atrapada en el hechizo que el varón de rubios cabellos lanzó sobre ella, haciendo que se enamorara perdidamente de él.

Cuando las aves cantaron, observó como se movía y la delgada sábana gris caía de su ancha espalda, revelando la desnudez, mostrando los músculos duros trabajados con inmenso ahínco en la guerra y algunas cicatrices que se extraviaron en los tramos de piel nívea. Se humedeció los labios al mismo tiempo en que se acomodaba en la almohada, apretando el objeto con sus firmes brazos y admirando las manos grandes que suelen sujetarla hasta en sus días más terribles o tristes.

Él era un regalo a los ojos de quienes apreciaran la belleza sublime. Más aún en ese extraño instante de paz, cuando no había conflictos que resolver, ni batallas que atender, estrategias que hacer o escuadrones que entrenar. Por fin son Erwin y (Nombre), de la forma más genuina y explícita posible, sin las ambigüedades que debían mantener por presión de los altos mandos del ejército.

Aunque los términos "pacífico" y "gentil" no habían acompañado el nombre del rubio, eran las únicas dos palabras que hilaron en su mente cuando lo miraba en ese estado tan... delicado. Su semblante yacía relajado, sin fruncir el entrecejo o provocar arrugas de disgusto en la frente, era como si estuviera descansando en una tersa nube de algodón rodeados de dulzura.

Los curiosos dedos de la joven recorrieron el cuello, un camino que conocía de memoria después de tantos besos y abrazos compartidos, sintiendo la serenidad del pulso contrario en cada dígito que tocaba la zona. Luego, en medio de los sonidos satisfechos del hombre que parecía estar atrapado entre el sueño y la vigilia, regresaba su sinuoso toque al rostro, deleitándose con la expresión somnolienta de Erwin a primera hora de la mañana de un domingo.

Día de descanso, lo que nunca obtuvieron hasta ese tiempo.

— ¿Qué haces despierta tan temprano? —preguntó, la profunda y ronca voz erizó la piel de la fémina.

— Me desperté porque dejaste de abrazarme y después me quedé viéndote dormir, pareces otra persona —contestó, acariciando su mejilla y las patillas. Una pequeña sonrisa bailando en su faz cuando atisbó el rubor en las clavículas ajenas.

—Luego de todo lo que hemos vivido creo que debo recuperar horas de sueño y tratar de rejuvenecerme un poco, ¿no crees? —dijo, correspondiendo su sonrisa y atrayéndola a su musculoso pecho— No quiero que me vean contigo y piensen que soy demasiado viejo para ti.

(Nombre) se sonrojó bermellón, soltando un chillón cuando Erwin dio una vuelta y la posicionó encima de sí, palpando la suavidad de los muslos alrededor de sus caderas—. Siempre te enfrascas en marcar nuestra diferencia de edad.

—Solo porque te pones tímida y es adorable —replicó, dándole besos en la cara y descansando en su boca para sellar la sentencia con todo lo que sentía aquel día junto a su amada.

Despiértame | Erwin Smith Where stories live. Discover now