El invierno no siempre es frío.

614 74 11
                                    

One shot / 765 palabras.
AU! Daddy kink / Lime!

La película de Disney finalizó, la canción en inglés y los créditos se mostraban en la pantalla mientras quitabas la manta acolchada que te cubría

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

La película de Disney finalizó, la canción en inglés y los créditos se mostraban en la pantalla mientras quitabas la manta acolchada que te cubría. Hacía frío, no era para menos, el invierno los había arropado con una espesa capa de nieve y escarcha visible desde la ventana, donde se vislumbraba el paisaje blanquecino pero ciertamente inspirador para una artista como tú. Aunque, no quisiste pintar, tus dedos se hallaban demasiado ocupados trazando formas en el cristal de este, tarareando de manera vaga la melodía de fondo, disfrutando de la brisa congelada que refrescó tus mejillas sonrojadas. Porque los recuerdos de la noche anterior transitaban por tu conciencia, los besos apasionados, las mordidas traviesas, palabras sugerentes y el delicioso vaivén de caderas que impuso Erwin cuando descubrió los espacios más íntimos de tu cuerpo, trazando cual cartógrafo la geografía en antiguos pergaminos, proclámandose noble conquistador de las tierras vírgenes entre tus piernas.

Te sentías flotando en una danza encantadora y delicada como las de antaño, donde el varón sujetaba a una distancia prudencial tu anatomía al compás de la orquesta que entonaba el ritmo de la pieza. Como un violista que conoce las cuerdas de su instrumento, el rubio había aprendido a tocar en los sitios indicados para conseguir ese melifluo sonido de tus labiales pintados de su color favorito. Aquel suceso permanecería escrito en las páginas de tu memoria, garabateando corazones junto a sus nombres y anhelando esas varoniles manos sobre ti una vez más, generando una adicción a sus incandescentes sentimientos desmedidos, desprovistos de cualquier enajenación. Giraste sobre tus pies, dando vueltas como una ninfa de rostro aniñado y soñador, la delgada camisa blanca cubría tu desnudez sin inmutarte por la baja temperatura hasta que percibiste esa fragancia casi afrodisíaca.

—Pensé que no querrías salir de la cama —murmuró el de orbes azules, sonaba divertido y maravillado por la inocencia que derrochabas en su habitación, aún cuando había pervertido tu mente con su excitación desenfrenada.

—Está nevando y es precioso, siempre me ha gustado ver ese fenómeno tan simple —revelaste, sentándote sobre tus tobillos en el esponjoso colchón invitándole a que se acercara hacia donde estabas.

—No es más precioso que tú.

— ¡Erwin! Deja de decir esas cosas, parece que tu único propósito es hacerme apenar —reclamaste entre risas, viéndolo posicionarse frente a ti con una expresión que presagiaba lo inexorable.

—No puedes pedirme eso, porque sería privarme de algo que me hace muy feliz y es llenarte de los halagos que mereces... quiero devolverte esa alegría que provocas en mí de forma inconsciente —confesó, peinando los mechones sueltos que enmarcaban tu rostro. Los mismos dedos que te habían llevado a las estrellas.

—Creo que es suficiente de Jane Austen, tendremos que leer otro género para no ensalzarnos en el romance —dijiste más para ti misma, sin percatarte que él empezaba a desabrocharse la camisa índigo lentamente.

Nunca desvió sus orbes de tus reacciones, motivado por como mordiste tu labio inferior al observar los músculos cincelados y esos pectorales esculpidos por Miguel Ángel. Lo hacía con el objetivo de empujar tu deleite en ese armonioso espectáculo íntimo, develando la parte más sensual que poseía como individuo masculino; el vientre bajo expuesto te hizo jadear en silencio, causando un agradable calor en tu entrepierna cuando siguió bajándose los pantalones y las torneadas piernas terminaron por hacerte gesticular su nombre. Eso era un regalo de Dios, no podías sencillamente negar la bendición del padre celestial cuando tenías a ese hombre seduciéndote y amándote a partes iguales, traslando tus ojos chispeantes en lujuria hacia el pronunciado bulto que te aseguraba lo excitado que ya se encontraba.

Para ese instante, el frío no era un inconveniente, puesto que apretaste los muslos al sentir como esa humedad crecía y descendía cálida, acción que no pasó desapercibida—. ¿Exaltada, mi niña?

—¿Tú que crees? —dijiste, recostando tu fisionomía en la suavidad de las sábanas perfumadas de tu amante. Querías repetir esa pecaminosa danza que se prolongó en la madrugada.

—¿No fue suficiente con lo de anoche? —cuestionó, una de sus cejas gruesas arqueadas y sus labios tirando de una sonrisa que prometía los placeres carnales.

Pero no te cohibiste como antes, la sumisión que habías mantenido se dispersó cuando rozaste su intimidad cubierta por el bóxer con tu rodilla y presionaste, compartiéndole esa necesidad que sentías para que te hiciera suya de nuevo. Porque más allá de un derroche pasional y efímero, sus almas se conectaban en un plano espiritual que escribía con pluma dorada la leyenda de un amor inconmensurable, que por fin sería netamente feliz y perpetuo.

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Despiértame | Erwin Smith Where stories live. Discover now