Distancia.

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Escenario / 660 palabras.
AU! Universidad / Profesor y estudiante.

Los dolores de espalda empezaron por asaltarte a mitad de mañana, te quejaste en voz alta cuando intentaste estirar tu anatomía y escuchaste el crujir de los huesos

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Los dolores de espalda empezaron por asaltarte a mitad de mañana, te quejaste en voz alta cuando intentaste estirar tu anatomía y escuchaste el crujir de los huesos. Era el segundo examen que presentabas, simplemente no imperaba ninguna emoción exaltante o abrumadora, estabas flotando sobre la superficie de un estable laguna que no te sacudía y lloriqueaste en silencio, colgando la mochila en tu hombro izquierdo cuando decidiste ir a la pequeña plaza de la facultad, descansar y beber un té relajante de tu filtro. Aunque tus pensamientos se esfumaron cuando cruzaste mirada con Erwin Smith, el profesor que impartía cátedra de historia y algunos trimestres introducción a la carrera, era un hombre tan imponente que te sonrojaba en demasía y él no parecía cohibirse cuando se trataba de girarse a verte pasar.

El rubio te dio una mirada furtiva, de esas intensas y dulces que ponían tu mundo de cabeza, pero no flaqueaste, la apatía que palpitaba en tu ser se sublevó a esa deliciosa cosquilla en tu pecho. No concebías que él te notase, a pesar de la evidente separación que los mantenía a una distancia prudencial o se verían envueltos en un torrente de sentimientos que ni siquiera podrían explicar. Así que apretaste el agarre en la mochila, llamándote tonta por las fantasías en las que te sumergías y creyendo que tal vez solo eras víctima del cansancio mental, a su vez, este produciría detalles ilusorios que terminarían por desencajar con la verdadera realidad.

Te mordiste el labio, una prominente angustia se asentó en la boca de tu estómago cuando te percaste del hambre voraz que habías ignorado durante la hora del parcial. A ese paso regresarían tus tics nerviosos, por lo que te concentraste en cualquier otro tema trivial que asegurase tu serenidad por lo que restaba de la jornada. Mientras que, el varón de cejas gruesas sonreía, negando suavemente con la cabeza, era el más afectado por la situación y tú no te dabas cuenta, demasiado entramada en la monotonía de tus días como para dejar caer la venda de tus hermosos orbes, plasmando ese agotamiento en tus ojeras violáceas. Detuvo su faena de corregir ensayos, tachando con bolígrafo rojo los que reprobaron y los restantes en color azul, una de sus manías.

Se masajeó el puente de la nariz, la migraña comenzaba a extenderse por sus cuencas y le molestaba grandemente esos blancos focos del salón así que, con toda la disposición del mundo, guardó las hojas en una carpeta acordeón. Terminaría su tarea cuando no estuvieras robándole la atención, cuando tu adorable imagen no se colara por la rendija de sus sueño y le susurrara al oído que tal vez sería buena idea invitarte a salir, algo tranquilo sin que suene comprometedor u ofensivo...

—Sé que es una chica diferente a las demás que he conocido, pero no es por eso que me atrae —recordó la confesión que le hizo a su amigo. Levi, por su parte, lo observaba interesado.

—¿Y por qué es, entonces? Debe tener algo, así sea una chispa, un brillo que la distinga y por eso estés enganchado con ella —espetó estoico, aunque por dentro se alegraba de tal hecho y se planteó en felicitar a la muchacha cuando la viera.

Sin embargo, la contestación se la reservó receloso, como quien encuentra un enriquecedor tesoro en las profundidades del océano y se lo guarda para sí, o quizás como el afortunado que halló la verdad sobre el universo y su creación. Supo que se le coloreó el rostro, un bonito rubor que pintaba sus orejas incluso, se sentía como un adolescente que se enfrentaba por primera vez al amor. Porque estaba netamente seguro que si daba la oportunidad de tocar sus manos, besarle los labios, abrigar ese frío semblante y adornarle los espacios en blanco, se enamoraría sin miramientos, ofreciéndole el jardín de su espíritu que era cubierto por dientes de león, peonias, camelias, tulipanes y girasoles.

Sí, ellos necesitaban amor.

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Despiértame | Erwin Smith Where stories live. Discover now