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Las delicadas caricias esparcidas con dulzura sobre sus rizos color miel disiparon con lentitud su profundo estado de somnolencia.

— Joyeux anniversaire petit Daniel.

La cantarina voz de su madre le hizo sonreír aún con los ojos cerrados.

— Despierta, dormilón — insistió acercándose a su rostro para darle un beso de esquimal que hizo reír al niño — hoy es un día especial.

— Es muy temprano, mamá — alegó risueño antes de cubrirse por completo con las sábanas en un intento de huir de las pequeñas cosquillas que la pelirroja había comenzado a repartir en sus costillas.

Sus estruendosas risas cesaron cuando un sonriente niño rubio abrió la puerta de golpe y corrió directo hacia la cama lanzándose sobre Horacio en un intento de abrazarlo.

— ¡Feliz cumpleaños, osito!

Incapaz de contener su emoción se puso de pie y comenzó a saltar en la cama haciendo que el cuerpo del pequeño cumpleañero se moviera a la par por inercia.

— ¡Levántate ya, Horacio! que papá está preparando el desayuno.

Solo bastó escuchar aquella frase para que hiciera las sábanas a un lado, tomara la mano de su hermano y lo arrastrara con él hasta la cocina en un intento de averiguar qué sorpresa le aguardaba al bajar las escaleras.

En la familia de los Conway los desayunos de cumpleaños eran sumamente especiales siendo diferentes cada año y a diferencia de lo que la mayoría creería siempre eran preparados por el serio e imponente director del FBI.

— ¡Leche chocolatada con bombones y bear cakes!

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El grito que había pegado el pequeño cumpleañero hizo que el pelinegro saltara en su sitio dejando caer al suelo el hot cake que intentaba atrapar en el aire.

— ¡Pero si es mi pequeño héroe! — exclamó sonriente dejando todo de lado para envolver en sus brazos al menor de sus hijos — ven aquí, granujilla.

Horacio corrió hacia él y lo abrazó; definitivamente su padre se había lucido ese año.

— Eres el mejor — le susurró afianzando el contacto.

— Anda, a desayunar que van a llegar tarde al instituto — se limitó a responder antes de besar su frente y revolver con ternura sus rebeldes rizos miel.

— Ahora que soy mayor ¿puedo acompañarte al trabajo? — cuestionó con ilusión una vez se separó de él.

— Pero si recién has cumplido 12 — respondió el mayor entre risas negando divertido por la insistencia del niño a seguir sus mismos pasos.

— ¿Me llevas a mi? — preguntó esta vez Gustabo quien se había acercado para unirse al abrazo — yo si soy niño grande, ya tengo 13 — concluyó con orgullo.

Conway aún de cuclillas sostuvo a uno con cada brazo apegándolos a él en un cálido abrazo paternal.

— Si prometen portarse bien todos los días, hacer su tarea — recalcó mirando a Gustabo con una ceja enarcada — y no pelear con compañeros de clase — se giró esta vez para mirar a Horacio y continuó — los llevaré cuando cumplan 16.

Ambos fruncieron el ceño inconformes con su respuesta y mientras Horacio esbozaba un tierno puchero en un afán de hacerle cambian de opinión, el rubio estaba a punto de replicar cuando la voz de su madre resonó a sus espaldas.

— Dany — le llamó con dulzura — creo que hay alguien que quiere conocerte.


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» 𝐼 𝑓𝑜𝑢𝑛𝑑 𝑦𝑜𝑢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora