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Esa noche el cielo se ha vuelto a caer.

Las gotas golpeaban suavemente el cristal de la ventana, estaban cantándole una nana para conciliar el sueño, pero Volkov se veía incapaz de dormir, ya que sus más dulces recuerdos atormentarían su consciente arrastrándole a la superficie continuamente.

«Apuesto que si observa con atención encontrará todas las respuestas que busca» dijo Horacio una vez durante aquella tarde de lluvia en la que compartieron su primera sonrisa y un café casi tan dulce como esta última.

Si tan sólo hubiera leído las señales frente a él a tiempo, se habría ahorrado al menos una docena de mentiras y la decepción más dolorosa de su vida.

Su nombre, sus bonitos ojos verdes, las similitudes entre ambos. Todas las respuestas estaban ahí, justo frente a él; sin embargo, el problema se remontaba mucho antes de su primer vals.

El comisario aún no sabe si alguna vez perdonará a su padre por la mentira que le costó su felicidad, tampoco ha pensado lo suficiente en el estatus de su relación con Hache, pero cada vez que se permite viajar en sus memorias desea fervientemente jamás bajar de la noria, llevar al tiny consigo, evitar a toda costa abordar aquel puente que le robó la consciencia, encontrar un mejor escondite para su carta de admisión... Volkov deseaba un principio feliz más que un final.

He ahí el motivo de su desasosiego y al ser tan amargo e incontenible, una lágrima rebelde, entre las miles que derramó por la tarde, se escapó hasta desvanecerse sobre su almohada.

—¿Estás triste? —escuchó Volkov de repente, por lo que no tardó en limpiar sus mejillas y de girarse hacia el tiny que demandaba su atención.

—No es así. —mintió en un carraspeo antes de agregar algo de azúcar a su amarga postura —Todo es mejor ahora que estás aquí, conmigo.

El tiny no compró tal cuento, más no forzaría la conversación.

—Sabes que puedes contarme lo que sea, ¿no? —preguntó con una sonrisa capaz de despejar su nublado cielo y, en una carrera, se aferró a sus mejillas —Cuando estés listo, te escucharé, ¿de acuerdo?

Viktor no respondió, tan sólo dejó que la comisura de sus labios esbozara una sonrisa triste.

Después de tantos años buscando el sol por fin tenía de vuelta a ese pedacito perdido de su corazón, entonces...
¿por qué aún se sentía vacío por dentro?

Y ante tal pregunta su traidor inconsciente le lanzó la imagen de un sonriente chico de pecas cual estrellas fugaces y bonita sonrisa brillante. Fue entonces cuando el nudo en su garganta comenzó a sofocarle a lo que Volkov no tuvo más remedio que forzar su manzana y responder con otra pregunta.

—¿Me odias? —cuestionó suavemente.

—Eres mi persona favorita, ¿cómo podría odiarte?  —dijo él —además... lo qué pasó no fue tu culpa, no te castigues más por eso, Vik.

Antes de que fuera capaz de decir nada más, su móvil vibró a un costado de su almohada. El comisario mantuvo el pulgar sobre la pantalla, delineando cada letra que componía el nombre de su alma gemela, mas no atendió. No quería hablar con él.

Una vez que la llamada se perdió, Volkov dejó el móvil de lado y ocultó un suspiro cansino al cubrir su rostro con la almohada que antes sostenía su cabeza.

—Tú... ¿estás molesto con Hache?

Sus labios temblaron para formar una fina línea debajo de su escondite, aunque de igual forma se sinceró con el tiny.

—Me mintió.

El pequeño sol rosado entendía, pero no eligió bando, en su lugar intentaría acortar la sentencia de su versión más grande.

» 𝐼 𝑓𝑜𝑢𝑛𝑑 𝑦𝑜𝑢Where stories live. Discover now