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El tiempo siempre es escaso para los que lo necesitan, pero ese momento, en el que la niebla se disipa y los rayos del sol se cuelan entre las nubes grises para despejar el cielo, duraría para siempre en sus memorias.

Cuando el comisario ruso abrió los ojos, Horacio aún dormía.

Su cabeza descansaba sobre su brazo derecho y las olas violetas de su cabello caían como cascada sobre la almohada. El suave ritmo de su respiración se acompasaba con la propia, llamándole a caer en un hechizo hipnotizante.

No tenía maquillaje, pero las puntas de sus largas pestañas se rizaban por sí solas, el borde de sus labios era de un tentador color durazno y las estrellas que salpicaban sus mejillas lucían más nítidas que nunca.

«Lindo.» pensó Volkov y no pudo resistirlo por más tiempo.

Valiéndose de un derecho que hace tiempo asumía como propio, estiró su mano, alcanzó uno de los mechones violetas que se enroscaban sobre su sien y lo deslizó detrás de su oreja repleta de aros tornasol.

Las yemas de sus dedos apenas rozaban su piel canela, pero aquel suave toque fue suficiente para despertarle.

Cuando aquellos somnolientos bicolores parpadearon hasta enfocarle correctamente, Viktor esbozó una amplia sonrisa de labios cerrados. Le había dado un vuelco al corazón por la sorpresa de haberse visto descubierto, mas no retiró su mano.

—привет —susurró con voz ronca, esta vez mimando la línea de su mandíbula con pulgar y nudillos a la par.

El sol violeta frente a él, que tenía sujeta la curva de su pálida cintura, tiró de ella para reducir la distancia entre ambos y se removió en su sitio hasta alcanzar la unión de sus cejas, sito en el que depositó un beso tan efímero como lo fue su sopor.

—Mhm... me gusta como suena tu voz al despertar. —dijo el federal.

Tal halago le arrancó una risita al adverso a lo que, sin mala intención, preguntó. —¿Quieres que te hable en ruso al oído todos los días?

Volkov había elevado el mentón, buscando perderse entre la primavera y otoño de sus ojos, pero el francés, sin ánimo de dejarle ver lo tímido y vulnerable que se sentía ahora mismo, volvió el rostro hacia el lado opuesto.

—A-apártate un poco, ¿quieres? —murmuró avergonzado —Tu aliento matutino es... bueno.

Cuando la más dulce de las melodías resonó en el aire a causa del insulto anterior, Horacio sonrió también, porque aquel era el favorito de sus sonidos. La risa del comisario Volkov.

—¿Así? —preguntó el ruso con sarcasmo, pues en lugar de darle algo de espacio estaba aferrándose a él con fuerza en un abrazo.

Viktor le escuchó perfectamente antes, era imposible no hacerlo, sin embargo no cabía duda de que sólo estaba haciendo el tonto con tal de escucharle reír también.

—Más lejos — le empujó suavemente y sin éxito alguno.

—¿Más lejos? —insistió el comisario, esta vez rozando la punta de su nariz con la del adverso en un beso de esquimal que le coloreó las mejillas de un tenue rosa.

Consternado por su inherente actitud juguetona, Horacio le tomó del cuello para frenar aquel infantil halago, infló el pecho con todo el aire que sus pulmones podían contener y estampó los labios sobre una de sus mejillas, creando un estruendoso ruido que les hizo reír a ambos.

Enredados entre las sábanas de la habitación el tiempo corría en su contra. Las almohadas yacían sobre el suelo, al igual que su ropa, y una bélica contienda de cosquillas estaba robándoles el aliento.

» 𝐼 𝑓𝑜𝑢𝑛𝑑 𝑦𝑜𝑢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora