𝙴𝚡𝚝𝚛𝚊 𝟚

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"𝚁𝚎𝚌𝚞𝚎𝚛𝚍𝚘𝚜 𝚍𝚎 𝚞𝚗 𝚎𝚌𝚕𝚒𝚙𝚜𝚎 𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚍𝚎𝚕 𝚊𝚍𝚒𝚘́𝚜"

[Secuela del capítulo 52, la noche antes de volver a Nueva York.]

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—Me habría gustado crear más recuerdos contigo.

Desvelar ese anhelo en voz alta ha tenido un efecto inesperado, pues el sol violeta que se aferra a sus hombros, aunque vacilante, se las arregla para susurrarle al oído.

—Entonces... hagamos uno más —murmura cual inconcebible secreto —. Uno que jamás olvides.

Y antes de que Volkov siquiera descifre el significado de una propuesta que le eriza los nervios, alguien más le roba el aliento con un beso.

El sabor dulce del vino que Horacio bebía todavía permanece latente en sus labios. De hecho, el comisario podría jurar que es incluso más embriagante probarlo de esa forma que directamente de la botella.

Su caricia es suave, los giros lentos y las manos que abrazan su cuello anuncian no soltarle jamás. Viktor anhela corresponder a su sol en la misma medida, por lo que se vale del agarre sobre su cintura para volver nulo el espacio entre sus cuerpos, no obstante cuando la tibieza de su lengua acaricia la propia, su respiración entrecortada delata su inexperiencia.

Tal vez no debió tratar de seguirle el paso, pues lo que comenzó con un halago inocente pronto se transformó en un beso salvaje y necesitado que los hizo colapsar a ambos sobre el muro más cercano.

Nunca antes experimentaron una sensación similar, una insaciable sed desesperante y voraz. Ambos son presa indomable de un anhelo cegador incapaz de ser contenido.

La explicación más coherente para el desastre que los consume es que, probablemente, la espera de una década en la que estuvieron perdidos en partes opuestas del mundo está desbordándose; en cualquier instante estallará tal y como una esfera de cristal bajo demasiada presión.

La temperatura aumenta rápidamente casi tanto como la incertidumbre de Volkov, pues si al probar los labios del federal su corazón ya daba un vuelco tras otro, casi se le olvida cómo respirar cuando húmedos besos recorrieron un camino desde la marcada línea de su mandíbula hasta el borde de sus clavículas desnudas.

Su tez de hielo y las murallas que tanto se esmeró en construir están derritiéndose bajo su toque sin imponer restricción alguna y ese es apenas el comienzo, porque de sus hombros desciende un rayo de sol en tonos canela. Sí, los brazos de Hache, que muchas otras veces le rogaron por abrazos, no se quedan tranquilos, aprovechan al máximo su ausencia de abrigo para explorar cada parte al descubierto y, no conforme, en un afán travieso intenta deshacer también el listón que mantiene su pantalón de pijama en su sitio.

Es suficiente. Ya han llegado demasiado lejos y bajo esa verdad que lo atemoriza, Viktor apresa su muñeca con fuerza, evitando así que la estrella frente a él expanda su órbita.

—¿Q-qué estas haciendo? —cuestiona jadeante, desconcertado.

Sin marcar demasiada distancia entre su rostro y el de aquel sonrojado príncipe ruso, Horacio curva sus labios en una sonrisa. Entonces, se inclina hacia él una vez más para hablarle al oído.

—Es una sorpresa, pero esta vez no quiero que cierres los ojos.

El aire abandona los pulmones del comisario con aquella declaración tan vaga y desvergonzada que en su infancia tuvo un significado diferente, lamentablemente no tiene tiempo para respirar otra vez, porque Horacio aprisiona sus labios en un nuevo beso que atonta su razón.

» 𝐼 𝑓𝑜𝑢𝑛𝑑 𝑦𝑜𝑢Where stories live. Discover now