Una cosa estaba clara, y era el saberse parte de la vida del otro incluso sin entender bien de qué modo sería, ya que Hinata permanecería a su lado incluso sin pedírselo, y Kageyama lo buscaría constantemente aun sabiendo que no se iría a ninguna pa...
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—Puedes dejar tu bicicleta en mi casa —ofreció Kageyama en el camino.
—Bien —respondió Hinata mientras le seguía el paso.
“El viernes después del entrenamiento”, “hay una cafetería” y “¿Quieres ir a tomar algo?” habían sido palabras reales al parecer. Hinata caminaba detrás de Kageyama luego de dejar resguardar su bicicleta en la casa del último. En verdad estaba ocurriendo. Kageyama lo estaba invitando a pasar la tarde en una cafetería. Lo estaba invitando a tomar una malteada de fresa y todas las donas y rebanadas de pastel de chocolate que él quisiera —bueno, tampoco es como si pensara comerse todo el establecimiento—, todo completamente gratis. En verdad lo estaba invitando.
—Come despacio o te atragantarás, idiota —le dijo cuando la camarera dejó las bandejas en su mesa, aunque Hinata seguía demasiado alucinado como para percatarse de ello.
Ni siquiera fue capaz de protestar, seguía procesando la situación y luego el pastel se vio demasiado apetecible como para no concentrarse en él. Su compañero lo miraba, y lo miraba de una forma indescifrable. Seguramente quería mantenerse firme y tosco, pero acababa aflojando su expresión a una que sólo había visto ese día en la casa de Yachi. En serio, ¿qué estaba ocurriendo allí? Durante la semana no había sido así, pero cuando estaban solos a veces cambiaba a esa versión más tímida y atontada. ¿En serio ese tipo era su horrible y gruñón compañero? Tal vez Hinata había iniciado con las bromas y los piropos y eso de los bonitos ojos azules, pero no se esperaba ese resultado exactamente. Y es que… ¿realmente le gustaba a Kageyama?
El pensamiento le sacó una sonrisa egocéntrica.
Así que… le gustaba, eh.
Siguió sonriendo de una forma siniestra mientras jugaba con la dona glaseada que tenía en los dedos. Por supuesto que Kageyama le dedicó una cara de “¿qué te pasa, bicho raro?” que para Hinata fue como un “eres un encanto” que le sacó más risillas, aunque eso no impidió que el armador siguiera bebiendo de su propia malteada obviamente de leche.
Se empezó a imaginar varios escenarios. ¿Kageyama soñaría con él? ¿Pensaría en abrazarlo y besarlo? O tal vez era del tipo más atrevido, tal vez tenía sueños eróticos con él y fantaseaba con arrancarle la ropa en los vestidores para empujarlo contra los casilleros y hacer un lío con él. Tal vez era eso lo que quería justo ahora y por eso lo había invitado a ese lugar, porque luego lo llevaría a su casa y reclamaría su pago por las donas, la rebanada de pastel y la malteada. Y él inocentemente creyendo que sólo estaba queriendo ser amigable.