3. Pero Qué Necesidad

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Leone entró a la casa, siendo recibido por los Pistols, como siempre, pero esta vez ni siquiera se ocupó de apartarlos.

Se sentía como en un sueño. Una pesadilla mejor dicho. Era como si no fuera él quien le ordenara a sus piernas que se moviera.

¿Ahora qué iba a hacer? Acababan de echarlo de su trabajo. Más de 20 años siendo policía habían terminado así nada más. No sabía hacer ninguna otra cosa, ¿Cómo se suponía que iba a mantener a su familia ahora?

Se quitó la camisola de la policía y la arrojó sobre uno de los sillones antes de sentarse y cubrirse la cara con las manos. Si las cosas para él y Bruno ya eran difíciles con el ingreso de ambos, ahora no tenía ni idea de cómo iban a lograrlo con solo las ventas diarias de la pescadería.

Por un momento, solo pensó en ir al refri a ver si aún le quedaba alguna cerveza, pero escuchó música viniendo de arriba, así que bueno, no podía permitirse tener su colapso si alguno de los chicos estaba en casa.

Subió las escaleras, pero la música no provenía del segundo piso, así que subió al tercero, donde se encontraban las habitaciones de Guido y Pannacotta, las que él mismo había construido con ayuda de Risotto.

Como supuso, la música venía de la habitación de Pannacotta. Caminó hacia la puerta y le dio un par de golpecitos, diciendo:

—¿Hijo?

—¡Pasa!— respondió el chico, bajando el volumen de la música

Leone abrió la puerta, encontrándose con su hijo sentado frente a su escritorio con un cuaderno frente a él. La habitación, como siempre, era un desorden de libros, discos y pósters que se habían caído de las paredes. O sea que era muy parecida a su habitación de cuando era adolescente.

—Hey— dijo Leone, esforzándose por sonar y lucir tranquilo

—Hola papá— respondió Fugo, cerrando su cuaderno y con las mejillas un poco encendidas —Llegaste temprano hoy

Leone ignoró esto último y se acercó a su hijo, dándole un rápido abrazo por los hombros y pasándole la mano por el pelo, diciendo:

—¿Cómo estás, soldado?

—No me digas así, pa— se quejó Fugo, sacudiendo la cabeza

Leone le dio una palmadita en el hombro y se sentó en la cama

—¿Estás solo?

—Sí. Papá y Guido aun no llegan del mercado, y Narancia fue a su trabajo también

—¿Y estabas viendo algo que no debías o por qué estás tan rojo?— bromeó Leone

—No estoy rojo— respondió el chico, poniéndose todavía más rojo

Amor EternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora