Capítulo 26: Perdón

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Un nuevo escalofrío inundó el cuerpo de León, erizándole la piel. Estaba a punto de ver un cadáver, siendo que jamás había visto uno. Y como si esto fuera poco, lo más probable es que dicho cuerpo sea del rubiecito con el que se había encariñado tanto, casi sin darse cuenta. Respiró profundo, inflando su pecho, y una de sus manos temblorosas tomó la punta de la sábana que cubría al chico. Lentamente y con delicadeza, fue tirando de ella para ir descubriéndolo poco a poco. Con lo primero que se encontró, fue con el cabello rubio, casi blanco. En ese momento León ya no pudo contener las lágrimas que volvieron a escaparse de sus ojos. Ese era su cabello, ya estaba seguro de que era él. Pero aún tenía algunas esperanzas, así que esta vez tomó valor y descubrió el rostro por completo, de un solo movimiento.
La piel más pálida que nunca, pegándose a sus pómulos que se veían huesudos. Los labios casi sin color, sellados entre sí. Sus párpados cerrados, encarcelando dos hermosos ojos verdes que jamás volverían a ver a ni a ser vistos. La muerte se había apoderado de aquel rostro inerte, e incluso así podía apreciarse su belleza.

— Sí, es él. — Pudo decir el rubio en un sollozo, aún mirando al cuerpo sin vida.

León creyó que lo que estaba viviendo, no era real. La noche anterior había abrazado y besado a Rama, para después dejarlo solo durmiendo en su cama. Ni siquiera se despidió de él al irse. Toda esa culpa no lo dejaba en paz. Se odiaba así mismo. “Perdón” susurró dejando caer una de sus lágrimas en la piel blanquecina del menor. Sintió que debía despedirse, y se inclinó para darle un pequeño beso en los fríos y secos labios, sin importarle que el policía lo estaba viendo.

En ese momento asimiló que Rama ya no estaba, ya no existía, su corazón no bombearía nunca más. Las malditas drogas le habían arrebatado la vida y jamás se la devolverían. Volvió a tomar la sábana y cubrió otra vez el rostro del chico, para salir de ese cuarto tan espeluznante.

— ¿Estás bien? — Preguntó el policía, caminando detrás de él.

— Sí, gracias. — Respondió León secándose las últimas lágrimas con el dorso de su mano.

— Bueno. Ahora vamos a ir otra vez a la comisaría y te voy a presentar al oficial, así declarás.

— Bien.

El pelinegro regresó por el mismo pasillo, siendo seguido por León. Se despidió del hombre de seguridad, entregándole las llaves. Salieron del hospital y ambos volvieron a subir al coche patrulla.
Llegaron a la comisaría otra vez e ingresaron a ella. El policía abrió una puerta y le dijo a León que pasara. Allí había un escritorio donde detrás se encontraba el oficial, un señor que parecía de la misma edad que el anterior, de cabello color chocolate y ojos verdosos, con algo de vello facial. El rubio se sentó en la silla enfrente a él.

— Buenas tardes, soy el Oficial de Policía. Mi nombre es Emilio Guerrero. — Se presentó tendiéndole la mano, a lo que León respondió con un apretón.

— Me llamo León Arrechavaleta. Buenas tardes, oficial.

El señor interrogó y registró todos los datos personales de León. Luego comenzó con la Declaración Jurada.

— Me dijeron que usted conoce al chico que fue hallado hoy al mediodía, ¿es cierto?

— Así es.

— Dígame, por favor, el nombre y apellido del chico.

— Se llamaba Ramiro. El apellido nunca lo supe.

— ¿Cuál es el vínculo que lo unía a él? — El oficial escuchaba con atención y escribía todo en una computadora.

— Él era... — Titubeó con la voz quebrada. — Él era mi amigo.

Ojos de vampiro [Gay]Where stories live. Discover now