Capítulo 12: ¿Entramos?

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Todo ese lado de la casa estaba lleno de ventanas algo altas, que tuvieron que ayudarse el uno al otro para poder mirar a través de ellas, aunque no lograron mucho... la mayoría permanecían obstruídas y las que estaban abiertas permitían ver habitaciones abandonadas y bastante destruídas. Había otras ventanas aún más arriba, totalmente abiertas y hasta a algunas se les estaban cayendo los postigos, pero era imposible asomarse, como consecuencia de dicha altura. Continuaron caminando hasta llegar a la otra esquina. Doblaron para seguir el recorrido, y se encontraron con otra entrada. Ésta tenía una gran reja cerrada con una cadena apresada por un enorme candado. A través de la reja, podía verse el patio. Ambos quedaron inmóviles, observando ese lugar que simulaba ser un pequeño bosque. Estaba lleno de árboles, matorrales de hierbas y pastos altísimos. La parte trasera de la casa se encontraba totalmente cubierta por enredaderas muertas, sin hojas. Algunos gorriones, palomas y teros yacían muertos y algo destrozados sobre el musgo del suelo.

- Creo que tenés razón, León. Mejor volvamos a tu casa a tomar café. - Dijo Mateo con la voz temblorosa, dando pasos hacia atrás.

- No. Esto es increíble. - El rubio acariciaba la reja que parecía de esas típicas pertenecientes a la época medieval y contemplaba la estructura del edificio lentamente con una expresión de admiración inmensa en su rostro.

- Increíblemente tenebroso. - Agregó el pelirrojo.

- Sí, da miedo, pero es maravilloso. Nunca creí protagonizar algo cercano a los tantos libros que leí durante toda mi vida. Ver este lugar en persona y no en mi imaginación, es como un sueño cumplido. - Continuaba hablando con fascinación.

"¡¡¡AAAHHH!!!" León oyó de repente un grito desgarrador, proveniente de la garganta de Mateo. El rubio sintió su piel erizarse por el susto y enseguida giró. Lo encontró en un estado de parálisis a causa del espanto, en su rostro había desaparecido el habitual tono rosado, y ahora tenía la piel casi tan pálida como la de Christopher. Detrás del chico se encontraban dos niños flacuchos. El nene parecía tener unos ocho años, mientras que la nena aparentaba no más de seis. Ambos eran castaños, el cabello de él era algo largo y revuelto, algunos mechones caían sobre sus ojos; el de ella estaba sujeto por dos coletas justas a su cabeza. Poseían unos ojos negros, cargados de inocencia. Parecían ser hermanos debido a sus idénticos rasgos. El pecoso continuaba en la misma posición, aún no había volteado para ver lo que se hallaba a sus espaldas.

- ¿Qué pasó, Mateo? ¿Estos dos nenes te asustaron? - Preguntó León curiosamente y con una sonrisa burlona en sus labios. Ambas criaturas le parecían adorables.

- ¿Qué? - Volteó y rió al ver a los castaños. - Ay, mocosos. Me dieron un susto tremendo. Jalaron de mi chaqueta y ni siquiera los escuché.

- Perdón, señor. - Pronunció el chiquito. Mientras que ella mordía el puño derecho de su camiseta, que le quedaba enorme.

- ¿Qué hacén acá? ¿Dónde está su mamá? - Cuestionó el rubio.

- En mi casa. - Respondió tímidamente el niño.

-¿Y dónde está tu casa? - Continuó preguntando.

- A una cuadra de acá, pero mi papá dice que no debo decirles dónde vivo a los desconocidos.

- Eso está muy bien. ¿Cómo se llaman? Él es Mateo y yo León. - Sonrió amistosamente, inclinándose un poco para estar a la misma altura que ellos.

- Ay, León. Vinimos a buscar a tu noviecito, no a charlar con dos nenes que casi me causan un infarto. - Interrumpió el diálogo el pecoso.

- Yo soy Thiago.

- Y yo Sofi. - Habló por primera vez la pequeña, aún con el puño dentro de su boca. - Me gusta tu pelo, es de mi color favorito. - Dijo mirando al pelirrojo.

Ojos de vampiro [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora