EPÍLOGO

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Las manos de León sostenían un viejo libro marrón, abierto en la página cuarenta.

"— ¡Qué triste es! — murmuró Dorian Gray con los ojos todavía fijos en su propio retrato — ¡Qué triste es! Envejeceré y seré horrible, y espantoso. Pero este cuadro permanecerá siempre joven. Nunca será mayor que en este preciso día de junio... ¡Si fuera al revés! ¡Si yo estuviera joven, y el retrato envejeciera! ¡Por eso daría todo! ¡Sí, no hay nada en el mundo entero que no daría! ¡Daría mi (...)" *

(*Fragmento citado textualmente del libro
El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde.
Ediciones Libertador.)


De pronto, el sonido de unos pasos suaves resonando por algún lugar de la mansión, lo desconcentró de su lectura.


Hoy se cumplían quince años desde que el rubio abandonó su vida como humano para convertirse en un vampiro. Este lapso de tiempo no fue nada fácil para él. Pero hoy se encontraba viviendo en la mansión Leloir. Los escándalos en la ciudad se habían calmado por fin. Los habitantes de Mar del Plata supieron que su lugar estaba invadido por un vampiro nuevamente. Algunos decían que era el mismo de antes que no había muerto, y otros aseguraban haber visto a otro, uno de cabellos dorados. Lo extraño fue que nadie allanó la casa nuevamente. Las autoridades no se hicieron cargo esta vez, y en discursos intentaban tranquilizar a todos, diciendo que no sean tan supersticiosos, que el único vampiro allí había sido el pelinegro y que ya estaba muerto. El resto del país no se enteró, y León creía que seguramente por esto, Lorenzo tampoco volvió. La existencia del asesino de ojos violetas se había convertido en una leyenda urbana, donde lo único que los ciudadanos podían hacer era prohibir a sus hijos que salgan de sus casas después de las ocho de la noche.

Pero todo esto ya se había calmado, ya casi nadie hablaba sobre el vampiro y hasta la gente caminaba tranquila por las calles aunque la luna esté arriba. Hacía más o menos cinco o seis años que nadie moría con dos colmillos clavados en su cuello. León logró esto. Logró dejar de ver expresiones de terror en la gente cuando se veían obligados a salir de sus casas para hacer compras. Logró dejar de oír a las madres diciendo: "Hijo, no salgas a la calle, que anda el demonio de cabello dorado", e incluso algunas que sabían aprovecharse de aquello y advertían: "Si no te portás bien y no te comés las verduras, viene el monstruo chupasangre" qué sutiles.

En fin, durante los últimos años, León solo salía de la mansión una vez por la madrugada para alimentarse de algún animal, como antes lo hacía Christopher. Solo que el rubio se iba hasta campos lejanos y nunca repetía el mismo, para no alborotar a los humanos. Incluso buscaba bosques y cazaba animales salvajes. Una vez cada unos cuantos meses, se veía obligado a matar a una persona y alimentarse de ella, o de lo contrario moriría. Pero era muy cuidadoso al escoger. Buscaba vagabundos de los que nadie iba a advertir su ausencia, o aquellos que cometían demasiados delitos y realmente merecían la muerte. De todas formas, como pasaba tanto tiempo sin alimentarse de sangre humana, la mayoría de sus días no era tan fuerte como un vampiro que sí lo hace. Sino que casi parecía un humano, solo que con los sentidos más desarrollados y un poco más de fuerza y rapidez. 

Acostumbrarse a esta vida fue difícil para León. El proceso tardó casi una década, hasta que pudo tener el control sobre sus propios instintos. Incluso pasaron cinco años antes de que pudiera volver a ver a Mateo. Quería asegurarse de que podría volver a ser su amigo como antes, sin lastimarlo ni desear beber de su sangre constantemente. Ahora se sentía bien consigo mismo. Solo le faltaba algo. Christopher. No pasaba un solo día sin pensar en él. A veces le parecía ver su sombra en los bosques, o sentir su olor de repente, pero sabía que solo eran alucinaciones. 

Ojos de vampiro [Gay]Where stories live. Discover now