Extras

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El llanto que inundaba sus oídos lo percibía mientras caminaba a lo largo del blanco pasillo que parecía brillar a su alrededor. Sentía su mano tocar una de las paredes, la hacía arriba y abajo a la par que entonaba una canción de cuna que le cantó un millón de veces a Sayuri, tiempo atrás.

Llevó la mirada hacia arriba y se entretuvo en los patrones del techo; no dejó de cantar, lo hizo mientras sus pies se deslizaban en el frío y blanco piso.

Al llegar al final del pasillo, una puerta del mismo color, con detalles dorados, la esperaba.

Sonrió y abrió, al hacerlo, una luz dorada la deslumbró por un momento hasta que sus ojos se ajustaron a la iluminación que, curiosamente, era escasa en la habitación.

Ladeó la cabeza al encontrar una sombra caminando de un lado a otro con suma lentitud mientras arrullaba un pequeño bulto en sus manos.

Su corazón dio un brinco de emoción y ella se acercó con manos temblorosas y una enorme sonrisa en los labios.

Cuando la persona en la habitación notó su presencia, volteó en su dirección tras detener su andar.

Ella no necesitaba luz para ver quién era, su alma y corazón ya lo sabían.

Al aproximarse, ojos ambarinos llenos de felicidad la recibieron; él se inclinó un poco para que ella pudiera admirar lo que llevaba en los brazos:

Cabello castaño oscuro, piel blanca, manos diminutas y unos iris verdes que la vieron con curiosidad.

Era perfecto, más que perfecto, era un sueño hecho realidad. El mejor complemento.

—¿Lo quieres cargar? —preguntó el hombre al que llamaba esposo.

Ella asintió varias veces y acomodó los brazos para que le diera al diminutos ser humano. No pesaba nada, pero se sentía como si pesara un universo.

Se hizo de un lado a otro mientras continuaba con su canto y percibió a su esposo ponerse a su espalda para abrazarlos a ambos.

—¿Ma?

Levantó los párpados con suma lentitud y se encontró con una versión mucha más joven y expresiva de los ojos de su esposo. La joven la veía desde su posición acostada en la cama, tenía el cabello en todas direcciones pero no hizo amago por levantarse.

—Buenos días, mi niña —susurró Sorine usando una sonrisa forzada.

Sayuri parpadeó en repetidas ocasiones con la boca entreabierta.

—Estabas cantando —señaló en respuesta, un tanto confundida.

La mujer de treinta y cuatro años sintió un hueco en el estómago y muchas ganas de llorar. Si Sayuri supiera lo que últimamente soñanaba, no se extrañaría al percibir su canto mientras dormía.

—Supongo que era de felicidad —explicó al incorporarse para pasar una mano por la espalda de la niña de casi quince años que la veía contrariada.

Sayuri arrugó el entrecejo.

—No, estabas llorando —corrigió.

Sorine levantó ambas cejas con sorpresa y después llevó una mano a su mejilla dónde encontró humedad. Con una risa llena de sarcasmo, se limpió y negó.

—También se llora de felicidad, nena.

Ojos ambarinos la vieron con incredulidad, pero antes de poder decir algo, una voz masculina la llamó para avisar que ya casi era hora.

La joven miró a su madre antes de ver la puerta.

—¿Estarás bien? Tai puede esperar —dijo, pensativa.

Ella, tú y yoWhere stories live. Discover now