Capítulo 2

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Sus compañeros la veían con cierta sorna mientras caminaba totalmente avergonzada a su lugar, al final del salón, tratando de controlar los jadeos.

Se le hizo tarde, maldita sea; aún no aprendía que cuando la alarma sonaba era para despertar, no para decir "cinco minutos más".

Su estómago gruñó de manera audible, de hecho, escuchó reír su vecino de mesa mientras sus mejillas se tiñeron de color rojo. Ni siquiera tuvo tiempo de desayunar, solo salió corriendo y agradeció a todos los cielos que los semáforos estuvieran en verde, como si supieran que necesitaba llegar a tiempo. Aunque no sirvió de mucho, pues el maestro la vio con enojo por interrumpir las instrucciones que estaba dando, y peor aún, porque ahora tendría que repetir.

—Cómo ya había comentado, tenemos la exposición a fin de mes con algunas constructoras; el proyecto que presenten será evaluado para pasantías así que no tengo que decirles lo que está en juego —reiteró el hombre, viéndola de manera significativa—. ¿Dudas?

Sus compañeros comenzaron a lanzar preguntas a diestra y siniestra, casi todos trataban de averiguar qué compañías estarían presentes en la exposición.

Pero a ella no le importaba eso. Mordió su labio inferior con nervios al recordar que escogió un proyecto muy "ambicioso" y que tal vez no lo tendría a tiempo.

—Kaspersen, ¿aún piensas hacer la plaza autosustentable? —cuestionó Abel apoyando un brazo en su restirador.

Sorine asintió sacando sus planos y extendiéndolos sobre el restirador. Eran un reverendo desastre, algo que confirmó en la mirada burlesca de los que se comenzaron a amotinar en su lugar.

Los odiaba a todos y cada uno.

—Si dejas eso ahí no recibiría luz, no es funcional —señaló Einar, otro de sus egocéntricos compañeros.

—Lo sé, por eso está tachado —gruñó mientras se convencía de que apuñalar a un compañero con un lápiz era igual de malo que hacerlo con un cuchillo.

Sus compañeros señalaron varios errores que ella ya había encontrado y suspiró frustrada tratando de silenciar sus voces.

En una clase de quince alumnos, ella era la única mujer.

Su hermano le advirtió que eso podría suceder y que sus compañeros tratarían de hacerla renunciar, pero que estaba en sus manos el dejarse guiar por absurdas ideas machistas: La arquitectura es carrera de hombres.

¡Bah! Tenía mejores calificaciones que todos esos babosos, por eso la molestaban tanto.

—A sus lugares, nadie les dijo que la señorita Kaspersen necesitaba ayuda —los reprendió el maestro al acercarse.

Poco a poco se fueron dispersando, menos Einar, quien fingió darle otra revisada a su proyecto.

—Los paneles solares rompen con la estructura en ese lugar, deberías considerar cambiarlos, Sorine —expresó entre serio e irónico.

Lo vio con ojos entrecerrados mientras regresaba a su lugar y el maestro se ponía a su lado.

—Tiene razón, pero si cambias eso...

—Tendré que ajustar todo el proyecto —suspiró sacudiendo la cabeza con pesar.

El hombre a su lado le dio una mirada de lástima asintiendo.

—Te quedan cuatro semanas, puedes hacerlo —dijo en voz baja antes de ir a revisar los proyectos de los demás.

Sorine dejó caer la cabeza en su restirador y soltó un pequeño gemido de dolor ante el impacto.

Ella, tú y yoWo Geschichten leben. Entdecke jetzt