Capítulo 24

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Lo primero que Izan vio al abrir los ojos fue la espalda desnuda de cierta castaña. Admiró por unos momentos la piel clara y puso los labios de manera delicada sobre el lunar que la chica tenía justo por debajo de su hombro.

Suspiró con contentamiento antes de tensarse e incorporarse de un movimiento.

—Rayos, rayos, rayos —masculló desesperado girando para poner los pies sobre el suelo antes de buscar y ponerse su bóxer.

Retomó su lugar en la cama, pero puso los codos sobre sus rodillas y frotó una y otra vez su rostro con agobio.

¡No era posible que no entendiera!

Suspiró con pesadez y enredó las manos en su cabello sintiéndose un verdadero idiota. ¿Acaso no había aprendido la lección con Lara?

Sintió un toque sobre su espalda y se sobresaltó antes de voltear. Ojos verdes lo veían consternados. Se miraron en completo silencio, la chica se había sentado y tenía la sábana sobre su cuerpo; parecía apenada... O triste, en su estado actual no alcanzaba a comprender el gesto.

—Perdón, creo que...

El castaño sacudió la cabeza varias veces.

—No, no pienso que haya sido un error ni mucho menos... Es solo que... No... No usamos...

Entonces Sorine abrió mucho los ojos antes de desviar la mirada a la par que mordía su labio inferior en ademán de nerviosismo.

—Oh —masculló—. No te preocupes, no pasará nada —dijo en un hilo de voz.

Izan notó algo en su rostro, como un miedo que no logró entender del todo. La chica suspiró y pasó la mano por su cabello en un fallido intento por distraerse con algo.

—Creo que me toca hablar de mi pasado —musitó con cierto tono de derrota que puso al chico en alerta.

Sorine suspiró y lo vio con ojos cristalinos, fue cuando el castaño entendió que ella también cargaba con sus propios errores y secretos.

Sorine suspiró y lo vio con ojos cristalinos, fue cuando el castaño entendió que ella también cargaba con sus propios errores y secretos

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Nunca se alegró tanto de que su ahijada tuviera sueño. Jamás se había apresurado tanto en enseñar una habitación y huir. Y tenía años sin sentarse frente al enorme piano que sus padres le regalaron a los doce años.

Casi podía sentir las teclas llamarlo, estaba experimentando ese hormigueo en lo dedos y miraba el instrumento con fijación mientras un vaso de cristal con su bebida favorita reposaba sobre el piano.

Dicen que lo que bien se aprende jamás se olvida, él sabía que de animarse a tocar sería como si jamás hubiera dejado de hacerlo. Acordes, melodías, notas, todo estaba bien resguardado al fondo de su mente y sus dedos anhelaban posarse sobre esas teclas blancas que eran capaces de arrancarlo de su realidad.

Por eso no tocaba, olvidaba que ellos ya no estaban.

Muy al fondo de su mente podía escuchar la suave melodía ser tarareada por su madre, era como un eco que rebotaba en las paredes que a duras penas alcanzaba a percibir.

Ella, tú y yoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora