Capítulo 35

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Meses atrás.


Gente caminaba de un lado a otro mientras ella se mantenía en las sombras tratando de pasar desapercibida.

La fiesta estaba en todo su esplendor, y aunque tenía ganas de beber hasta no saber su nombre, dónde estaba o lo que tenía que sufrir cada dos noches, se detenía ante el miedo de que su intento de prometido arremetiera en su contra... Una vez más.

La burbujeante bebida en su mano permanecía intacta mientras ella echaba los hombros hacia atrás tratando de aligerar el ardor que provocaba la tela al rozar con una de sus recientes heridas.

Suspiró cansada y puso la copa en la charola de un mesero que pasó frente a ella antes de regresar a su escondite en las sombras. Ojalá el maldito se aburriera rápido y se pudieran ir, detestaba salir con él; sin embargo, dejando eso de lado, se sentía una traidora al estar en la boda de la mujer que había arruinado la vida de la única persona que consideraba familia.

—Estúpido Mao —susurró en su lengua natal al querer apoyarse en el muro pero sintiendo al instante ardor. Soltó un leve gemido de dolor antes de reincorporarse y bufar. Se hizo a un lado el tirante del vestido largo, color rojo de lentejuelas —que odiaba pero no pensaba provocar más a Mao— y revisó su piel que estaba marcada con una nueva cicatriz.

—Eso se ve mal —susurró cierta voz femenina que siempre le sacaba un gesto de disgusto.

Se acomodó de nuevo el vestido como si nada hubiera pasado, aunque su corazón latía a mil por hora al estar frente a la mujer que detestaba y ante la incertidumbre de lo que alcanzó a ver.

—Un aparato del gimnasio —justificó haciendo hacia atrás los hombros—. ¿No deberías estar pavoneándote con tu querido?

Ojos azules aparecieron en su rango de visión. La chica era mucho más baja que ella; llevaba el cabello rubio recogido en una coleta adornada de flores color plateado. Era hermosa, eso nadie lo podía negar, pero la belleza del exterior era el empaque perfecto para ocultar la negrura de su alma o lo vil que podía ser. Aunque en aquél momento, tenía el ceño fruncido con un aparente gesto de consternación.

—Vamos, Pagy, tengo algo que ayudará —dijo en esa voz que solía hipnotizar a su primo mientras tomaba su mano para dirigirla a alguna parte de la enorme mansión.

Paige frunció más el ceño detestando el apodo, incluso se tensó e intentó liberarse del agarre, pero la chica la tomó con más fuerza y prácticamente la arrastró hasta la segunda planta en donde atravesaron el largo pasillo hasta llegar a una puerta al fondo del lugar.

Era imponente, debía admitirlo, con detalles tallados en oro, de madera blanca y muy alta, cómo esas puertas que se solían ver en las películas de castillos.

La familia de Ethan odiaba las cosas ostentosas.

—Taylor, ya te dije... —La aludida puso un dedo en sus labios para silenciarla, y tras mirar detrás de ellas, abrió la puerta jalándola antes de cerrar con seguro y caminar hasta un enorme tocador lleno de fragancias, maquillaje y peinetas con diamantes... Incluso había una tiara—. Creo que te casaste con el hombre perfecto para ti —espetó la pelinegra observando todo.

Su acompañante la ignoró y se dirigió al clóset a un lado del enorme ventanal, lo abrió y sacó un frasco con una aparente crema rosada antes de regresar frente a ella y abrir el envase.

—Esto calma el ardor, se fusiona con la piel y no manchará el vestido —le informó como si no hubiera mencionado nada sobre su ahora esposo.

Paige arrugó la nariz, la crema desprendía un olor neutro que le despertaba una sensación de asco. Lllevó la mirada a la ex de su primo.

Ella, tú y yoWhere stories live. Discover now