➶ ໑ 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟓 ᘒ ꒦ 🜸

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El aire me sube penosamente por la garganta hasta la boca mientras mi madre habla con nuestra nueva casera. La casa está muy fresca, pero el aire está enrarecido, seco y vacío. Imagino que esto es lo que sentirá alguien que sufre asma: una constante lucha por respirar.

Miro a mi madre echando chispas. De todos los lugares del mundo a los que mudarse, ha escogido un desierto. Estoy convencido de que es una sádica. Seguimos a la señora Chungha y sus andares de pato por la puerta trasera de su casa, y al instante nos zambullimos en el árido calor. Este me succiona la piel, absorbiendo la humedad de mi cuerpo como un gran aspirador, y hace que me sienta débil.

Sólo llevamos dos días en Chaparral y el desierto ya me está pasando factura. Justo lo que mi madre sabía que ocurriría. –¡Una piscina! – Exclama Haechan. –Ustedes no la pueden usar. – Aclara la señora Chungha, y Haechan pone cara de enfado, aunque enseguida se le pasa. Nada puede hacer mella en su optimismo. Un pueblo nuevo, un mundo nuevo, una vida nueva a su alcance.

Yo voy detrás de mi madre y mi hermano. Cada paso requiere un montón de energía. La señora Chungha se detiene en el borde curvado de la piscina y señala la verja que tiene detrás. –Podrán entrar y salir por la portezuela trasera. – Mamá asiente, dándose golpecitos en una pierna con el periódico enrollado en el que ha visto el anuncio que nos ha traído hasta aquí. Las llaves tintinean en la mano de la señora Chungha. Abre la puerta de la casita de la piscina y se las tiende a mi madre. –El pago del próximo mes se abona el día uno. – Su mirada legañosa nos abarca a Haechan y a mí. –Me gusta el silencio. – Añade. Dejo a mamá tranquilizándola y entro en la casa. Haechan me sigue. Me quedo mirando la sombría sala de estar, que huele levemente a moho y cloro. Me deprimo más todavía, si eso es posible.

–No está mal. – Declara Haechan. Le lanzo una mirada y replico. –Habrías dicho eso mismo de cualquier cosa. – Digo. –Bueno, esto sólo es temporal. – Afirma, encogiéndose de hombros. –Pronto tendremos nuestra propia casa. – Menciona emocionado. –Sí, claro. – Ni en sus sueños... Sacudiendo la cabeza, reviso las otras habitaciones, preguntándome cómo piensa Haechan que va a suceder eso. Mamá tuvo que pagar la cena de anoche rebuscando calderilla.

Cuando se cierra la puerta principal, yo hundo las manos en los bolsillos y voy haciendo bolitas con las pelusas mientras vuelvo a la sala. Mamá se pone en jarras y examina la casa -y a nosotros- con lo que parece sincera satisfacción. Pero yo no puedo creerlo. ¿Cómo puede estar tan contenta cuando yo lo estoy... Tan poco? –Bueno, chicos, bienvenidos a casa. – A casa. Esa palabra resuena huecamente en mi interior.

 Esa palabra resuena huecamente en mi interior

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Es de noche. Estoy sentado en el borde de la piscina, mojándome los pies. Hasta el agua está caliente. Levanto la cara esperando viento, añorando la bruma, las montañas, el aire fresco y húmedo. Detrás de mí, una puerta se abre y se cierra. Mamá se sienta a mi lado y se queda murando hacia delante. Sigo su mirada. Lo único que se puede ver es la parte trasera de la casa de la señora Chungha. –A lo mejor conseguimos que cambie de idea sobre la piscina cuando llevemos un tiempo aquí. – Dice. –Sería agradable poder nadar. – Supongo que esta es su manera de animarme, pero sólo oigo «cuando llevemos un tiempo aquí». –¿Por qué? – Le espeto, moviendo las piernas más deprisa. –Podrías haber elegido un millón de sitios. ¿Por qué este? – Podría haber escogido cualquiera: un pueblecito encajado en montañas o colinas de frías brumas, por ejemplo. Pero no: ha elegido Chaparral, una ciudad desparramada en medio del desierto, a ciento cincuenta kilómetros de Las Vegas. No hay nada que alimenta mi cuerpo. No hay brumas ni nieblas protectoras. No hay montañas o colinas fácilmente accesibles. No hay tierra cultivable. No hay escapatoria. Es de lo más cruel.

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