➶ ໑ 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟏𝟑 ᘒ ꒦ 🜸

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Jeno conduce un rato sin rumbo fijo, doblando una calle tras otra. Todas parecen iguales. Casas de clase media con distintas tonalidades de estuco blanco y beis flanquean las aceras. Los tejados de tejas se ondulan como un mar rojo. Tengo el corazón desbocado, ilusionado. Está vivo, como no lo sentía en los días largos como años que he dejado atrás. Pero soy consciente de la promesa que me hice a mí mismo. La promesa de evitar a Jeno. Noto su eco en mi mente, en mis huesos. Sin embargo, también recuerdo la otra promesa que me hice al llegar aquí. Prometí mantener vivo a mi Draki costara lo que costara. Y cerca de Jeno, mi Draki apenas puede contenerse. Está vivo, sin la menor duda.

Me agarro suavemente los muslos y me froto la piel, que se me ha puesto de gallina. Hasta que convenza a mi madre de que debemos regresar, acercarme a Jeno podría ser la única manera de conseguir mi objetivo. Y dejar que él se acerque a mí... Me da un vuelco el corazón al pensarlo. Su voz quiebra el silencio. -No me has contado qué haces fuera de casa a estas horas. - Menciona. -Yo tampoco podía dormir. - Contesto, y no es mentira. -Así que somos tal para cual. Un par de insomnes. - «Tal para cual», repito para mis adentros, y esbozo una gran sonrisa boba. Incluso cuando él vuelve a ponerse serio, yo no logro dejar de sonreír de oreja a oreja.

-¡Estás sangrando! - Exclama entonces, torciendo deprisa a un lado de la calle y deteniendo el coche. Sigo la dirección de su mirada al rastro de sangre que hay en lo alto de mi muslo. El pánico me atenaza el corazón. Giro la mano y veo un pequeño tajo en la elevación carnosa de la palma. Por favor, por favor, por favor, que Jeno no lo note. A plena luz es bastante fácil percibir el brillo morado de mi sangre. En esta penumbra, sin embargo, seguro que resulta demasiado sutil para que Jeno lo distinga. A menos eso es lo que me digo mientras respiro hondo.

-No es nada. Me he cortado en la valla. - Jeno se quita la camisa por la cabeza, forma con ella una pelota y la presiona sobre la palma de mi mano, como si tuviera una herida mortal. A mí, mientras tanto, la respiración se me atasca en la garganta. Su torso es ancho y liso. Músculos y tendones tallan su cuerpo, se ondulan bajo su piel. -N-No, enserio. - Tartamudeo, flexionando los dedos, que se mueren de ganas de sentir su piel. -Vas a estropear tu camisa. - Prosigo. -Esto ha sido culpa mía. Déjame hacerlo, ¿de acuerdo? - Yo asiento sin decir una palabra. En cualquier caso, no puedo resistirme. La presión de sus dedos sobre mis manos es como puntos de calor sobre mi piel.

Cierro los ojos lentamente y me recuerdo de la primera vez que nos tocamos, en aquella pequeña cueva. La proximidad, el modo en que sus ojos me devoraron. Como estoy tan cerca de él, inhalo, aspiro su olor, la salada calidez de su piel. Huele a un bosque exuberante y a viento húmedo. Sé dónde ha estado. Dónde ha cazado. De inmediato me encuentro en mi hogar. Abro los ojos y examino su rostro, el rápido pulso que brinca en su garganta. Dilata las ventanas de la nariz, como si él estuviera oliéndome a su vez. Su mirada apunta a la suave longitud de mi muslo y a la línea de sangre purpúrea. Mi piel reluce doraba bajo la luz de una farola cercana.

Al menos creo que se debe a eso. «Por favor, que no me manifieste», pienso. Jeno baja la mano, que desciende temblando. Su cabeza se inclina hacia la mía. Nuestras respiraciones se funden, se mezclan. Me estremezco, me tenso cuando su mano toca mi tembloroso muslo y expulso el aire entre los dientes con un siseo. La mirada de Jeno se desvía a mi rostro un momento, interrogante. El centro de sus ojos es muy oscuro, y los iris avellana de alrededor, luminosos y fulgurantes.

Vuelve a bajar la vista, con rostro serio, concentrado en mi muslo, en la mancha de sangre que estropea mi piel. De nuevo, recuerdo que es un depredador. Lo veo como es en su ávida mirada. Un cazador. Pasa el pulgar por la fina línea de sangre, extendiéndola, y yo suelto un grito ahogado, abrasador por la caricia. -Tu piel. - Dice Jeno, volviendo a pasar el pulgar. Noto una tensión en el vientre casi dolorosa. Jeno frunce el entrecejo y añade: -Qué caliente está. - Dice. Y entonces, al notar el humo que empieza a formarse en lo más hondo de mi interior, reparo en que es cierto. El vapor me expande los pulmones, así que no me queda más remedio que detener a Jeno, separarme de él. En mi núcleo se inicia una familiar vibración, y sé qué va a suceder si no me aparto.

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