➶ ໑ 𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟐𝟒 ᘒ ꒦ 🜸

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Pasan unos momentos. Quizá sean minutos. No sé cuánto tiempo esperamos a que alguien hable o se mueva. Observando a Yeeun, ni siquiera estoy seguro de que ella conozca su próximo movimiento, qué va a decir o hacer. Por fin hablo yo, esperando sacar ventaja de su indecisión. -Ya ha sonado el timbre. No queremos que nos pongan falta. - Miro de reojo a Ryujin y le indico con una seña que me siga a través del muro de chicas. -Ya. - Yeeun ladea la cabeza y habla con tono cáustico. -Ahora mismo, eso no me importa gran cosa. - Me detengo a unos centímetros de ella. Yeeun y sus seguidoras no han roto filas. Nada surtirá efecto, como no sea pasarles por encima.

-Pero ¿sabes qué es lo que sí me importa gran cosa? - Continúa. Yo espero, sosteniéndole la mirada. -Los colgados pelinaranjas como tú, que vienen a mi instituto y se comportan como si este lugar les perteneciera.

Interviene Ryujin, con voz teñida de impaciencia hastiada: -Ya vale, Yeeun. - Una de las animadoras pega la cara a la de mi amiga: -¡Nadie está hablando contigo! - Yeeun avanza. Estamos frente a frente. Me encojo de hombros, convencido de que he entrado en una mala película sobre animadoras iracundas que rivalizan por un campeonato.

-¿Y qué quieres que haga yo al respecto? - Le pregunto. Mi tranquilidad parece exacerbar su furia. -Vuelve a la alcantarilla de la que has salido. - Puntualiza. -Yo no elegí precisamente venir aquí. Quizá tú puedas hablar con mi madre sobre ese tema... Yo no estoy teniendo mucha suerte. - Yeeun ladea todavía más la cabeza, como si de verdad estuviera contemplando esa posibilidad. -¿Y qué te parece esto? O desapareces, o tu hermano lo pagará. - Respiro hondo y examino a las cinco chicas. -¿Van en serio? - Cuestiono. -Sí. ¿Quieres fastidiarlo todo para los dos? - Inquiere una rubia con trenzas... Creo que la recuerdo en lo alto de la pirámide el día de la concentración.

-Pensaba que Haechan les caía bien. - Digo. Yeeun se encoge de hombros y cruza los brazos. -No nos disgusta. Respeta el orden de las cosas. Podríamos haberle tolerado. - Me mira de arriba abajo. -Pero a ti no. - Finaliza. -Deja a Haechan fuera de esto. - Replico, y cierro las manos a mis costados, clavándome las uñas en las palmas. Agradezco el dolor. A mi rabia le gusta. Mis pulmones se contraen, arden. Se abrasan en lo más hondo. -Esto es algo entre tú y yo. - Puntualizo. -Oh, pero qué tierno... - Se mofa Yeeun poniendo morritos. -Ahora resulta que eres un buen hermano. A lo mejor, si tú paras de abalanzarte sobre Jeno, yo podría ver la manera de que Haechan entrara en el equipo. - Sus amigas asienten, sonriendo con suficiencia.

Puedo saborear la tensión, tan acre como el humo, como pólvora quemada en el aire. -Esto es una porquería. Vamos, Jaemin. - Tercia Ryujin, que intenta pasar entre ellas usando el cuerpo y los brazos para abrirse paso a empujones. Pero es una jugada errónea. La acción prende la mecha de Yeeun y su tropa. La creciente tensión estalla y salta como un muelle. Las chicas convergen sobre Ryujin a la vez. Mi amiga grita con un sonido repentino y cortante. Entreveo sus ojos de aguamarina, dilatados y llenos de pánico, antes de que desaparezca por completo bajo la masa de cuerpos.

-¡Ryujin! - Exclamo, uniéndome al montón. De pronto, estoy atrapado en una maraña confusa de cuerpos que se retuercen. Un codazo en las costillas me corta la respiración. No puedo encontrar a Ryujin. No sé dónde está nadie... Noto un martilleo de dolor en la cabeza; creo que ha sido un puñetazo. Un zumbido me llena la cabeza, aumenta dentro de mis oídos. En mi pecho se generan profundas vibraciones. Y luego es demasiado tarde. De algún modo, termino en el suelo. Una deliciosa quemazón ronronea en mi núcleo vital, hierve a fuego lento, estalla, llamea como un fuego arrasador. Estoy consumido.

Las frías baldosas sisean contra mi ardiente piel. Un zapato puntiagudo me golpea en las costillas. Yo gruño, doy una sacudida por el impacto y el dolor. Intento levantarme, pero vuelven a derribarme. Mi barbilla choca contra el suelo. Me corre sangre entre los dientes, y el olor a cobre me satura la nariz. Me trago ese amargo flujo, esperando que pueda refrescar la abrasadora marea de mi interior, pero es en vano. Continúo ardiendo, humeando. Mis pulmones espumean de calor. El vapor me sube hasta la boca, chamuscándome las ventanas de la nariz.

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