04. Esen.

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04.

Cuando volví a tener consciencia de mi entorno, el viento nocturno me revolvía el cabello, frente a mí la noche era inmensa, infinita; como una constelación iluminada por estrellas de neón, artificiales.
Todo en Senylia lo era.

──Eres un asco de espía, ¿lo sabías?

Recosté mi cabeza en la puerta abierta del auto, todavía aturdida.

Había sido de las mejores, recibiéndome como parte de la élite de policías, soporté cada prueba sin flaquear ni un momento. Jamás.

Mi debilidad nunca había sido física.

──Mírame, a ver.

Mi estómago estaba siendo cortado por un puñal, uno de acero hirviendo que se retorcía hasta quitarme el aire, por un momento volví a tambalear hacia la inconsciencia.

Estuve en alerta cuando intentó acercarse, encorvé la espalda flexionando las rodillas para deslizarme fuera de su alcance, a la oscuridad del vehículo.
Él puso los ojos en blanco como si fuera alguna criatura salvaje y molesta.

Una sonrisa se curvó en mi rostro, porque ya no se veía tan sereno y arrogante como hace un momento.

Los autos eran un susurro pasando a mi lado, mientras seguíamos estacionados a un lado de la autopista. Por un momento, Senylia era solo una cúpula de cristal atrapada en la lejanía.

Las arcadas volvieron para doblarme sobre el estómago, salí por completo del auto para devolver lo que tenía sobre el pasto.

Constantino parecía discutir con alguien al teléfono.

──No preguntes, si quisiera contarte ya te lo hubiera dicho, sí, un médico, rápido.

Lo observé acercarse con su sobretodo ondeando como si fuera alguna especie de gángster de los años viejos.
Se sujetó el puente de la naríz en su impecable acto de un señorito de sociedad, aun cuando su apariencia lo hacía lucir más como un criminal de los barrios bajos.

De cualquier forma, verlo irritado me producía gran satisfacción.

Hasta que recordé que estaba arrodillada a un lado de mi vómito, todavía vistiendo el ridículo traje de mucama y con el maquillaje corrido.

Reí con ganas.

Cubrí mi boca con el borde de la camisa que ya no era blanca.

──¿De qué te ríes? ──gruñó.

──En verdad quieres saber quién me envió ──Dejé que otra risa fluyera, liberando parte de la desesperación e histeria──. Yo no sé quién es, pero tú debes saberlo, o por lo menos le tienes miedo.

Él flexionó sus rodillas para quedar a mi altura.

──Aquí eres la única que debería tener miedo.

──¿Por qué? ──Sentí el gusto amargo en mi boca──. En el agujero no tenemos miedo, el miedo es algo que se adquiere con la pertenencia. Nosotros no tenemos hogares, o cosas, con suerte quizás un nombre. Solo somos susurros.

Él me observó tan atento como si me viera por primera vez.

──Así que estamos perdiendo el talento de una poetisa en los barrios bajos.

Tuve que agachar la vista cuando las luces empezaron a marearme, al contrario, él alzó mi mentón hacia su rostro, su tacto fue demandante sin llegar a ser brusco.

Me sorprendí cuando las arcadas no volvieron, en su lugar el frío se pegó a mi piel sudorosa.

──Tienes las pupilas muy dilatadas ──Observó la hora en su reloj──. Dime qué estás transportando.

Trono de Cuervos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora