06. Esen.

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06.

La ciudad de Senylia estaba dividida por zonas, en tres aros, Arsena, Asavia y Austros, por lo general era fácil cruzar hasta el círculo de Arsena, era el defensivo de la ciudad; pero también donde la policía tenía los túneles para comerciar con Val Trael, sobre todo en cuestión de armas y tráfico de donaciones.

En el Círculo de Asavia la seguridad comenzaba a reforzarse, ahí residía la clase media, su desarrollo y las fábricas de sus empresas más importantes.
Meca para el arte y las ciencias.

El Círculo de Austros, se trataba de una cúpula prácticamente impenetrable, donde se encontraban las instalaciones de la Industria Karravarath y el Palacio de Verae, donde vivía la aristocracia de Alta Relisia, y la Gran Casa de Gobernación donde se encontraba el parlamento.
Ahí residía el fuego y corazón de la ciudad, según como ellos mismos lo señalaban.

Entrar al último círculo era todo un espectáculo, grandes torreones iluminaban la eterna noche senyliana mientras las autovías se enredaban entre ellos dejando su rastro neón.

La torre donde vivía Constantino Karravarath era una enorme edificación espejada, que relucía como ónix contra la noche.

Llegamos a un edificio en el centro de la ciudad, entramos por la parte trasera y Constantino me cubrió la cabeza con su abrigo, aunque sospechaba que era más para su resguardo que para el mío.

El ascensor nos dejó en su piso, un laberinto negro abriéndose ante nosotros, de un lado podía ver la ciudad brillando de forma espléndida.

Él se adelantó a mí para apurar el paso, lo seguí para notar, como ya había predecido, que las puertas de su departamento se abrieron con una contraseña de cuatro dígitos.

Si fuera humano, debería identificarse mediante el código asignado en su muñeca, pero ellos no estaban marcados.

Ellos no poseían la naturaleza salvaje e impredecible de los seres humanos.

Su apartamento era justo como me imaginé que sería, pisos brillantes de mármol negro, de paredes blancas y sillones ébano, todo tan impersonal como si fuera una muestra para catálogo y no el departamento de un joven soltero.

Aunque si era sincera, ese estilo rígido e inflexible iba muy acorde a la personalidad de Karravarath.

──Puedes ocupar mi habitación ──me avisó siendo prudencial a cada paso──. Terminaré unos asuntos.

──¿No tienes algo para beber? Y comida.

Él enarcó una ceja como si estuviera demente, desabotonó las mangas de su saco, dándose tiempo a responder.

──¿No acabo de verte vomitar sangre antes de casi desfallecer?

──Exacto, tengo el estómago vacío.

Constantino no quitó su mirada de recelo, pero igual asintió a mi petición.

──De acuerdo, veré que tengo, y mientras date un baño.

──No tengo ropa.

──Te prestaré, ve y date un baño.

Aplané los labios, dubitativa, pero él se perdió en la cocina antes de que pudiera rebatir.

Recorrí la sala en busca de algo que no me hiciera sentir como si esa fuera una noche perdida, tomé un cuadro de plata, tres pequeñas figuras que lucían como alguna antigüedad de las que amaba El Boticario, y tomé el reloj que Constantino había dejado sobre la mesa.

Podría empezar a cumplir mi promesa otro día.

Luego subí la escalera hasta el segundo piso, el panorama era vasto, pero el corredor apenas dirigía a una puerta al fondo y una a mi derecha, que al ser más inmensa supuse era de Constantino.

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