Epílogo | La ambrosía de Caín.

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EPÍLOGO:
L

A AMBROSÍA DE CAÍN.

Lo malo de los humanos es que desde que nacen están atados.

Atados por moral, costumbres, por una sociedad que ya les tiene preparado todo un esquema que les marcará por el resto de la vida.

De alguna forma en Senylia decidieron que sería bueno continuar con el esquema y, mientras no me importaba acatar ciertas reglas que mantuvieran el juego divertido, no veía ninguna satisfacción en, como ellos, privarme de ningún placer por seguir un código moral rígido e hipócrita.

Renagás creía que estaba protegido por eso, pero preferiría quemar la ciudad si eso me garantizaba que él ardería vivo también.

Cuando abrí la puerta del panteón, salió un aire frío y húmedo, la oscuridad lo envolvió todo.

La noche era gélida en Senylia, siempre oscura y eterna, no me gustaba la idea de que fuera algo seguro sobre mi cabeza, no estaba la adrenalina de cazar entre las sombras, perseguir a los parias en la oscuridad y anonimato efímero de la noche.

Esen reposaba en un féretro ébano con ornamentaciones de oro.
Al abrirlo la contemplé como si fuera una pintura, una obra de Constantino Karravarath, su piel cetrina, con sus heridas limpias y un vestido blanco de gasa, pálida y sin vida, tan ajena a lo que en verdad era.

Arranqué la tapa del cajón, la hice a un lado para poder tener una mejor vista de ella.

Me senté a su lado, acaricié su cuello pálido, no obtuve ninguna reacción, desde luego.

Mordí mi muñeca, dejando que la sangre brotara, roja y espesa, para gotearla sobre sus labios agrietados.

Sostuve su muñeca, no sin antes memorizar cada herida en su piel, cada golpe, moretón y magulladura, cada grito que había arrancado de Esen sería uno que él pagaría.

Tenía una eternidad para hacerlo.

Clavé mis colmillos en la carne tierna de su muñeca, me llegó el sabor amargo de la muerte.

Aun así, no retrocedí, sostuve su cuello con delicadeza, como si fuera a darle un dulce beso de buenas noches, luego hundí mis dientes en su carne.

Esperé unos momentos, di varias vueltas al féretro, observando la posición de la luna, sintiendo que era algo apropiado que la hora marcara las doce.

Eran menos de veinticuatro horas.

La observé con detenimiento, apoyé ambas manos a los costados del ataúd. Una gota de mi sangre cayó en su mejilla.

Nada sucedía.

Esperé, en algún punto se hicieron las tres de la mañana, estaba bailando en el filo de la locura, cuando Esen escupió el agua de sus pulmones.

Me apresuré a acercarme.

Alejé el pelo de su rostro mientras la veía toser y escupir agua con sangre a un lado de su féretro.

No había bebido.

──Esen, cariño.

Me respondió solo con sollozos, estaba demasiado conmocionada como para nada más, la sostuve con dulzura, dejé un beso en su pelo.

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