08. Esen.

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08.

En nuestro exámen de ingreso a los centinelas nos habían pedido completar una actividad con dos características que nos definieran ─según nosotros mismos─, una virtud y un defecto, era de ese tipo de consignas en las que se espera que pongas algo que en realidad más que un defecto es una nueva forma de ensalzar una característica positiva como: «muy honesto», «demasiado auto-exigente» o «confío demasiado en las personas».

En ese momento recordaba haber puesto algo como temeraria y optimista, que era más o menos la forma suave de señalar que nunca sabía qué era lo que estaba haciendo, pero de alguna forma siempre conservaba la fe de que en algún punto todo se resolviera por sí solo.

Eso resumiría muy bien la situación en donde me encontraba.

Luego del almuerzo, Constantino nos condujo de vuelta hacia el Centinela, quise llamar a Freya, pero todos los intentos me dejaron en el buzón, quizás porque estaría en su trabajo en la tienda.

Sabía que ella no se preocuparía al no obtener noticias de mí, había veces en las que desaparecía por tres o cuatro días, sobre todo cuando le debía dinero a tipos con grandes arcas, aun así no me sentía tranquila con el hecho de que no pudiera comunicarme con Frey.

──¿A quién tanto llamas?

──Mi amante, debo mantenerlo informado de todos los tipos con los que planeo acostarme ──bromeé porque siempre lo hacía cuando estaba incómoda, ansiosa, al borde de otra crisis o colapso.

Lo que, claro, me convertía en una persona divertidísima.

──Bájame aquí ──lo apuré──. Iré por unas cosas y nos vemos en la noche.

──No, te llevaré a la mansión, además debemos ponernos de acuerdo.

──Inventaré sobre la marcha.

A través del espejo retrovisor, lo ví enarcar una ceja oscura en mi dirección.

──Eso te resulta muy bien, ¿no es cierto?

Evité su mirada, iba tan rápido que mucho del paisaje se perdía entre rastros de luz neón, no sabía si era otra habilidad debido a su agilidad como vampiro, o simple instinto suicida.

Solté un bufido, exasperada por él, por Frey, por el hecho de que nunca pensaba lo suficientemente rápido como para sacarme de esas situaciones.

Como si ya no fueran suficientes problemas, una llamada de Raizel titiló en la pantalla quebrada de mi teléfono.

──Mierda.

Constantino me lo quitó de las manos, en un movimiento ágil, lo guardó en el bolsillo interior de su saco.

──¿Qué mierda haces?

──Evitar que cagues todo ──dijo con simpleza, en ese tono aburrido que parecía típico en él──. Tranquilízate, porque tu paga depende de esto.

Mordí el esmalte rojo en mi dedo pulgar, Constantino pareció disgustado por mi impaciencia, pero él no irradiaba un aura especialmente tranquilizadora.

Era la segunda vez que entraba a esa mansión e, igual que la vez anterior, ingresamos por un camino alternativo por donde no seríamos vistos.

Bordeó un gran estanque, para introducirse por un portón de verjas negras, ladeado por quizás cuatro metros de ligustrina.

Un pelirrojo trajeado, corte al uno y cara de pocos amigos, me abrió la puerta.

──Ferro ──lo llamó Constantino──. Ve en busca de Caín, y sé discreto. Dile que no aceptaré excusas para su falta hoy en la noche.

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