33. Esen | Bajos impulsos.

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33.
BAJOS IMPULSOS.



Me desperté con tres golpes en la puerta.

No me sorprendí al no ver a Constantino a mi lado, supuse que había ido a su departamento, o estaría metido en asuntos del trabajo, entendí que tampoco podía pedirle demasiadas explicaciones.

En el vestíbulo me esperaban tres chicas que decían ser enviadas por Mirna y Gala, una vez me bañé se encargaron de mi ropa y maquillaje, pero no me dijeron a qué evento debería asistir.

Luego de eso, al fin, pude bajar a desayunar.

Los empleados cumplían sus cuatro comidas habituales, pero los señores de la casa vivían de sus donantes, así que siempre terminaba desayunando sola en el jardín, ese día con una mesa llena de fruta, carne de cerdo, jugo exprimido, queso, harinas y leche, era un buen cambio a la dieta de legumbres a la que estaba obligada en Val Trael.

Caín pasó por mí poco después de que terminé y no hizo comentarios del bolso que llevaba conmigo ─donde guardé un cambio de ropa más discreta para pasar desapercibida cuando bajara a Val Trael.

Mi falso cuñado iba trajeado incluso a esa hora de la mañana ─aunque por la oscuridad no lo pareciera─ alejó mechones violetas de su frente mientras abría la puerta de su auto para mí.

──Te aclaro que no es una cita, Esen, lamento si te ilusionaste.

──Voy a fingir que de los dos no serías tú el único ilusionando aquí.

──¿Quién de los dos trajo un bolso consigo? ¿Planeas escapar conmigo, cariño? ──Me impidió subir hasta que escuchara sus hilarantes comentarios.

──Planeo escapar de ti ──Le sonreí con cordialidad.

Él cerró la puerta una vez que subí al auto, pero pude escucharlo canturrear un «suerte con eso».

Era un auto deportivo y elegante, con asientos de cuero negro y tablero por completo electrónico, de los que podías ver por todas partes en Senylia, pero rara vez fuera de ahí; en Val Trael, por ejemplo, la gente andaba solo en carreta, si es que tenía la suerte.

──¿Sabes manejar, Esen?

Sonrió como si encontrara mi curiosidad por su vehículo, hilarante.

──En el Cenagal nos dieron un par de clases, pero no hay de esas en Val Trael.

──Ah, eres tan linda que a veces me olvido la inmundicia de donde vienes.

──No puedo decir lo mismo de ti.

Caín rodó los ojos, como si en algún punto pudiera llegar a fastidiarlo, y esa fue suficiente satisfacción como para aguantar el tramo en el auto junto a él.

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El lugar al que llegamos era el bar Insignia, un enorme círculo de paredes negras y escaleras negras que subían hacia el primer piso, como la ilusión de un laberinto.
Aquí y allá veía jóvenes en blanco y negro, cargando con copas, saliendo y entrando desde cortinas de terciopelo escarlata.

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