Segunda Parte: Capítulo 8

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He hablado del encanto antes, pero nunca lo definí, y es que estaba esperando el momento perfecto para hacerlo. En primer lugar, podríamos decir que es el conjunto de cualidades que hacen atractivas a una cosa o persona, y no estaría mal, no si esta fuera una historia de romance, solo que no lo es. Aquí podemos decir que es como un hechizo, un conjuro… un encantamiento, hablando precisamente, como magia. El encanto es un poder, uno que se utiliza para transgredir el comportamiento natural de la vida, controlar la voluntad de las personas, dominar sus acciones. Ahora deberán hacerse una pregunta y mantenerla en sus mentes por un tiempo: ¿Cuántos poseen ese poder?

—¡Los trataremos como reyes! —decretó el presidente ruso, un hombre esbelto, y con más de una cirugía estética, que llevaba un peluquín extremadamente rubio, haciendo relucir sus ojos negros con picardía—

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—¡Los trataremos como reyes! —decretó el presidente ruso, un hombre esbelto, y con más de una cirugía estética, que llevaba un peluquín extremadamente rubio, haciendo relucir sus ojos negros con picardía—. Los haremos desear ser los ganadores, crearemos rivalidad.

A Egorka Chulkova lo caracterizaba su liderazgo natural, y el aprecio que le tenía a aquello. Solía ser el que tomaba el control en las situaciones difíciles, y lo hacía con la consciencia de que había nacido para ese rol. Podía organizar a todos y lograr estabilizar las complicaciones, y, en parte, se debía a que estaba completamente entregado a su trabajo, era dedicado y leal al pensamiento de 5Vision, y trabajaba duro para repartir sus ideas al mundo entero. No importaba cuántas personas defenestraran a la Alianza, él no dejaría de aferrarse al objetivo de romper todas las barreras para el ser humano, pues tenía la firme creencia de que, en cuanto lo lograra, se lo agradecerían. Pero sus cualidades de grandeza no evitaban que fuera reconocedor de los atributos de sus compañeros, y estaba consciente de que formaba parte de un gran equipo.

El hombre exponía sus ideas frente a todos los que estaban detrás de la creación de 5Vision. La sala de los presidentes estaba fuera del edificio en el que se encontraban los niños, totalmente alejada. Era la habitación del fondo del último piso en un rascacielos de quinientos metros de altura a las afueras de China. El lugar era lo suficientemente grande como para que una mesa gris de diez metros de largo y cinco de ancho entrara perfectamente, las paredes eran blancas y un gran ventanal ofrecía una vista sublime.

Los cuatro presidentes, los vicepresidentes, los diputados y los concejales, los jueces y los abogados eran los únicos que tenían permitido el acceso a la sala. No había secretarios, personal de limpieza, contadores ni ningún otro tipo de empleados que pudiera escuchar lo que se hablaba allí dentro.

—Querrán vivir, nos darán lo que queremos y eliminarán a su competencia si lo creen necesario —continuó el ruso, moviendo las manos con gestos firmes en cada palabra—. Los estudiamos durante mucho tiempo, llegó la hora de invitarlos a sacar su mayor potencial. Y pronto tendremos el mundo que hemos soñado, uno sin limitaciones para el ser humano.

El presidente chino, Jae Yong, se puso de pie, haciendo que el ruso tomara asiento después de lanzarle una mirada de aprobación. Era bajo de estatura y de contextura delgada, su rostro era perfectamente liso y su expresión era la de un ganador, eso hacía que fuera difícil creer lo violento que podía llegar a ser cuando se enfadaba. Su rol consistía en ser el estratega del grupo, un hombre al que le esbozaban las ideas, pero se limitaba a decir unas pocas; podía tener un millón de opciones y caminos para elegir, pero le resultaba increíblemente fácil decidirse; un ambicioso que prefería no contar sus planes por completo. Siempre había estado orgulloso de ser el que se aislaba para obtener conocimiento, pues gracias a eso estaba en la cima. Irradiaba confianza en sí mismo, pero se mantenía al margen al hablar de todos sus logros.

—Les daremos diferentes actividades con las que podrán demostrar qué tan buenos gobernadores serían, qué pieza serían en un tablero de ajedrez —explicó, entrelazando sus manos—. Sabemos las habilidades de cada uno, por eso los escogimos, y estamos al tanto de que son poderosos, pero esos pequeños están desesperados cual abeja en el agua, vieron morir a su única esperanza —les recordó, haciendo una pausa para sonreír por lo bajo—. Nosotros podemos darles nuevas expectativas a las que se aferrarán como un pez rape a su hembra, y los controlaremos en el proceso. Serán tratados con la mayor delicadeza, les daremos todo lo que quieran, y eso será suficiente para que no les presten atención a los guardias que estarán junto a ellos todos el tiempo. Les permitiremos sacar su lado más humano, serán egoístas y dependerán de nosotros, buscarán nuestra atención, nuestro afecto. Y, por supuesto, estarán todos juntos, aumentando su intolerancia los unos a los otros —culminó, volviendo a su asiento como un amante de los deportes llegando a la primera fila para ver a su equipo favorito jugar, sí, con pasitos casi bailarines.

El estadounidense tenía ojos verdes y cabello castaño, tenía algunas arrugas casi imperceptibles y una gran experiencia en destrozar vidas, quizá porque la suya nunca le gustó. Rápidamente se levantó de su silla y caminó hacia el frente, siempre con su energética manera de andar. Aunque todos lo conocían como un hombre cínico con un don para hacer miserables a los demás, en su interior había mucho más que eso. Cain Bread solía ser un extrovertido al que le gustaba hacer reír a los demás y ser el centro de atención. Era una persona a la que le gustaba impulsar a todos a generar cambios en sus vidas, ser la mejor versión de ellos mismos. Su inteligencia política se destacaba, y prefería actuar antes que hablar. Pero muy pocas personas tenían el privilegio de conocer sus dos caras, de haberlo conocido antes y saber la razón por la que se había vuelto tan tenebroso. Ahora, se dedicaba a la destrucción y a lucir mejor que sus compañeros al hablar. No se levantó, solo estiró ambos brazos sobre la mesa y entrelazó los dedos.

—Al finalizar los trescientos sesenta y cinco días, los ocho niños serán llevados a la central en Estados Unidos, donde los exhibiremos para que el pueblo deje de crear caos en nuestras calles. Cuando el acto finalice, los cuatro elegidos serán instalados aquí, los sobrantes volverán al laboratorio en Rusia para ser… eliminados —explicó, usando monotonía en todas las palabras, excepto en la última, en la que hizo especial énfasis.

Por último se puso de pie el japonés. Se mostraba tal cual era. Trabajaba en equipo y esperaba que su esfuerzo fuera reconocido, era fiel a sus pensamientos y a sus compañeros, por eso era fácil hacerlo enfadar al pasarlo por alto, y todos habían aprendido esa lección hacía mucho tiempo. Le gustaba compartir tiempo con las personas con su misma capacidad intelectual, discutir sobre política y dar ideas para seguir progresando. Pero lo que Fudo Abe mejor hacía, probablemente, era mantener controladas a las personas.

—Los visitaremos una vez a la semana, sin falta —comenzó diciendo, acariciando sutilmente la barba que se había dejado crecer en los últimos meses, mientras caminaba de un lado a otro, como pensando en las palabras correctas—. Llamaremos a los videntes por sus nombres. Haremos que creen un vínculo con nosotros, aprenderemos a entenderlos y ellos harán lo mismo, y no tardarán en competir por ganarse nuestro aprecio. Su lavaje de cerebro será tal que pasaremos, bruscamente, de ser sus enemigos a ser sus ídolos. Se esforzarán por obtener nuestro respeto, y nosotros convenceremos a cada uno de que es nuestro favorito.

»Puedo asegurar, compañeros, que los elegidos serán los mejores líderes que el mundo haya conocido —concluyó.

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La Máquina de los Sueños - 1 Duología 5VisionWhere stories live. Discover now